Todos tienen galones en el hombro de sus chaquetas imaginarias que no tienen problema en sacarse. Los fotoperiodistas más prestigiosos del país se desnudan estos días en el centro Ágora. Se sitúan por una vez delante de las cámaras para hablar de la situación de sus trabajos para el que “tienes que estar, dice Javier Bauluz –primer español en recibir un Premio Pulitzer– lo suficientemente loco”. De lo contrario, recomienda, lo mejor es buscar una profesión más tranquila.
Arrancan las jornadas “Ráfagas” en el centro. Lo hacen con un encuentro de fotoperiodistas aderezado con la exposición de Gervasio Sánchez titulada “Sarajevo, guerra y paz”. Porque el reportero plasma el antes y el después. Cuando todo parece recobrar una normalidad aparente, que es una especialidad propia del ser humano. La de aparentar calma. Sin embargo, no hay día en el que el autor de las fotos se acuerde de aquello.
La exposición habla del antes y el después del horror cuando todo parece recobrar normalidad
En su memoria, dice, está el miedo en los ojos de la gente. Sigue soñando con bombardeos y no hay aspirina que borre el recuerdo. Por mucho que el mundo se empeñe en obviarlo. Tampoco cree que nadie sea capaz de contar una guerra tal y como es. Ni con bolígrafo ni con cámara. Cuenta Gervasio Sánchez que da igual que el lápiz esté bien afilado, que el ingenio esté inspirado que los documentos gráficos y escritos jamás abarcarán la verdad. Él trae un trozo de ella reflejada en víctimas del conflicto en Bosnia que pasaron delante de su objetivo en 1993 y que han tenido la suerte de volver a pasar diez años después.
Es el caso de Edo Osivic. Él y sus heridas de guerra posaban para Gervasio en medio de los escombros de lo que un día fue biblioteca en Sarajevo. Quince años después, Edo presenta al mundo a su mujer y a sus dos hijos. En una muestra en la que los puentes y edificios reconstruidos son protagonistas. Donde las tumbas hablan en silencio y el blanco y negro enfatiza el horror. Al contrario que el color, que es como un despertador. Que alerta de que la vida sigue. En un rincón de cada imagen, invisibles, están la memoria y la conciencia del fotoperiodista, que “son lo único que me queda frente la ignominia y la mentira”. Ambas están heridas, señala, pero vivas al fin y al cabo.
Las fotos de Gervasio marcan la línea de los debates, en los que todos gritan sobre la necesidad del editor gráfico y la infravaloración de su trabajo. Desde la perspectiva internacional y la local. En un intento de hacer autocrítica en voz alta y reclamar un poco de atención. Decía Clemente Bernad que cada tema pide una voz diferente. De alguna forma también, “Ráfagas” pretende construir una visión conjunta. Entre muchos objetivos juntos. n