El local que venera a Macondo pudo ser un homenaje a Tintín

El local que venera a Macondo pudo ser un homenaje a Tintín
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Por admiración al gran Gabo, Carmen no solo vendió ropa bajo un rótulo en la puerta que llevaba al cliente mentalmente hasta Macondo. Ella y su hermano optaron por el pueblo imaginario del escritor para bautizar también al café que ya tiene la condición de mítico, 23 años después. 
Ocupa el número 106 de la calle de San Andrés. Poblado de cuadros y curiosidades, el local sutura arte por los poros. Quizá el mejor reside en barra con un retrato a lápiz del premio Nobel al lado de una bandeja de churros. Igual porque no escribió libros como churros y cada uno de su inventario es una joya realista y mágica a la vez, los clientes aplauden el nombre sobre el que hubo cierta reticencia por parte de Ángel. Él adora a Tintín. 
Por eso, peleó hasta el final por llamarle “El loto azul”. Sabía que tenía todas las de perder. “Cien años de soledad” tenía más peso y hoy reconoce que era mejor. No le cansa y por él, recibe la visita de colombianos en busca de compatriotas: “Hay que reconocer que a veces uno se equivoca”. Sin embargo, ellos son de esta parte del Atlántico. Admiradores de su obra, sí, y dispuestos a agitar la ciudad con cultura. La cuelgan de la pared y también piensan llevarla por el aire. Cuenta Ángel que el pintor Carlos Santos pintó el retrato y un trampantojo de Gabo en una bóveda en la que se asoma. Él y su bigote. 
El propietario no descarta recordarle con lecturas. Lo quisieron hacer con motivo de su fallecimiento, pero al contrario que en “Crónica de una muerte anunciada”, la parca no avisó con tiempo suficiente y todo quedó en agua de borrajas. Los cafés se disfrutan aquí a ritmo lento con una luz cálida y el ronroneo de los compañeros de mesa. 

con encanto
Es un bar con encanto, repartido en dos pisos. Abajo con más bullicio, se reparten cortados de la rutina, bollos que sirven de avituallamiento para escalar el día. Arriba, después de caracolear por una escalera, reina la paz. 
Detrás de la barra, Ángel no deja de despachar servicios al tiempo que recuerda que más de uno le dijo al ver el retrato del autor: “Anda, pero si está Vargas Llosa”. Aún así son los menos y sí son muchos los que llegan al negocio guiados por su amor a las letras de un grande: “Vienen por el nombre”. Dice el dueño que el estilo de la cafetería fue amoldándose poco a poco hasta adquirir su personalidad. 
Desde marzo de 1994, su homenaje al que un día se inventó Macondo y puso a bailar a varias generaciones Buendía no se marchita. Es más, gana después de su adiós. Porque de repente uno vuelve por el local y se acuerda de aquel verano en el que masticó las páginas del libro, de los más tochos de la estantería, capaz de dejar un halo que muy pocos de su especie lo hacen. Es el mismo reposo que salta a la pista cuando uno revisita el café. De Macondo. n

El local que venera a Macondo pudo ser un homenaje a Tintín

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