La cabina del “Lope de Vega” es la única pieza con plaza fija dentro del Prisma

La cabina del “Lope de Vega” es la única pieza con plaza fija dentro del Prisma
El Muncyt reserva un rincón para acoger piezas “prestadas” por otros museos javier alborés

 Será la pieza central del museo. Un símbolo de lo que pretende ser el Muncyt desde el principio. Englobar distintas disciplinas en una. El jumbo cedido por Iberia será divertimento para los niños, que querrán ocupar los mandos de la cabina y atracción para el público adulto, que comprobará que su caja no es negra, sino naranja y que el avión que dejó de volar para ser pieza de museo recorrió en el aire lo que equivalen a 200 viajes de ida y vuelta a la luna.

De su desplazamiento hasta el edificio Prisma, hablaba ayer Ramón Núñez cuando una de sus piezas tuvo que conquistar el puerto de Guadarrama para atravesar la meseta. No quedaba otra. Sus dimensiones no cabían por el túnel. El responsable señalaba que tuvieron que trocearlo como si fuera una patata salvando una de sus turbinas, un corte de ala, un radar y un GPS, entre otros elementos de menor envergadura.

Una vez dentro, hubo quien aseguró que la turbina de 4.000 kilos de peso no se podía colgar del techo tal y como deseaba el director: “Me están diciendo que un jumbo puede llevar cuatro colgadas de sus alas y que un edificio no puede tener una”. Así es que se recubrió la cabina del “Lope de Vega” con fibra de carbono para equilibrar la carga. De una bodega donde el Guernica cruzó el Atlántico. Señalaba Núñez que este hecho provoca una relación puntual con el arte y del arte con la política. En un baile del saber que se completa en la sala “Miscelánea” con chintófanos y cachivaches y un taller de chapuzas, donde los niños jugarán a montar pequeños electrodomésticos.

Al lado, existe un hueco reservado a las joyas de otros museos. Y que hoy está ocupado por un Citroën 5CV de 1922, del Museo de Historia de la Automoción de Salamanca. En la planta baja están agrupadas también un grupo de patentes de uso cotidiano como la cuchilla o el papel de burbuja, cuyos adeptos celebran su aparición todos los años desde 2001. Allí uno aprenderá que las egipcias fabricaban tampones caseros con papiros y que la tirita es, en realidad, el nombre de una marca. En otro habitáculo, la física y la química mostrarán al mundo los secretos de sus laboratorios de la mano de los robots Pepexan y Marilú, las dos figuras estrellas.

De ahí, el visitante subirá a la segunda para entrar por la sala de Patrimonio, que es oscura porque la luz podría dañar verdaderos tesoros en los que se han invertido dos millones, según uno de los operarios del Muncyt.

 

Las más antiguas > Sobre vitrinas descansan las trece piezas más antiguas del centro como el sextante de Fulgencio Rodríguez o la única ballestilla completa que se conserva en el mundo, un elemento que servía para medir la distancia entre las estrellas, además de un reloj astronómico que seguramente le resultó conocido a Don Felipe ya que la Casa Real tiene la pareja. Se trata de la máquina que encargó Carlos III a J. Ellicott a mediados del siglo XVIII. Son joyas que se van a ir cambiando y que dan paso a un habitáculo dedicado a la innovación española en la cuarta planta.

En ella, se puede ver la magnífica colección de tubos de vacío donada por la familia de Mónico Sánchez junto a los premios Rey Jaime I otorgados desde 1989 hasta la actualidad como aval de que la ciencia avanza en España. Sobre la pared, la caricatura de los cien mejores inventores vigilan el patrimonio. Dos pisos por encima, en la sexta, el plato fuerte permitirá a los visitantes disfrazarse de pilotos de avión por un rato. El que lleva cruzar el pasadizo que se separa el suelo de la cabina del boeing 747.

Siguiendo una de las máximas del Museo Nacional de Ciencia, el edificio Prisma cuenta con una sala, la novena, destinada a muestras temporales con la idea de formar parte de la red de centros y favorecer el intercambio de contenidos. La primera en ocupar los módulos se titula “Qwerty” y recorre la tecnología desde que imperaban las máquinas de escribir a la era del smartphone.

A falta de que el séptimo piso se abra al público a finales de año con elementos históricos del siglo pasado, el museo dejará ver a partir del 1 de junio sus intenciones, que no son otras que pujar por la interdisciplinidad y rodear a la ciencia y a la cultura de tecnología. Estos dos elementos estarán siempre vestidos con algo que complete el discurso para adecuarlas, decía Núñez, “al mundo en que vivimos y avanzar así hacia el futuro”, con la ayuda de los otros tres Museos Científicos. Porque estar al margen “no tendría sentido”, asegura el experto, ellos pondrán el patrimonio.

La cabina del “Lope de Vega” es la única pieza con plaza fija dentro del Prisma

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