Un grande que no entiende el nuevo siglo

Un grande que no entiende el nuevo siglo
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Una vez le dijeron que su obra era descafeinada. Desde ese momento, a la hora del café le viene a visitar siempre el mismo recuerdo. Bernard Plossu aterrizaba la semana pasada en la ciudad para presentar el libro “¡Vámonos!” y ver de paso su exposición en la galería Vilaseco Hauser, donde están las tarjetas de visita de una ciudad a la que va y viene. Porque París es uno de esos lugares que degusta sin prisa, Bertrand la revisita con la misma mirada de hace 40 años. París es de los sitios donde el tiempo no corre en contra, explica. 
Lo hace en una sala donde también está México, al que llegó sin saber nada de fotografía. Así que lo que iba a ser una estancia universitaria en el país se convirtió en un viaje por carretera, donde aprendió mucho más que sentado frente a un pupitre. El pequeño Plossu  pensó en hacer instantáneas como si fueran las secuencias de una de esas películas que engullía sin masticar en el cine. 
Para él, su profesor fueron los museos, los libros y la Nouvelle Vague. Ahora que revisa medio siglo de imágenes asegura que la fotografía no se aprende: “Se aprende a ver” y una mala foto puede ser la buena y una buena, la mala. Todo es cuestión de que tenga alma. Y misterio. Para Plossu, igual que para Braque, es imposible explicar el misterio de una obra: “Te habla o no te habla, y si no te habla, nada”. 
Un día le propusieron una exposición de todas las piernas de mujer que había retratado. Contaba en A Coruña que dijo rotundamente que no. Plossu no se considera un fotógrafo erótico. Su mirada es tímida y el hecho de juntar los cuerpos femeninos en una muestra no tendría sentido, señalaba. 
Perderían la naturalidad con la que fueron sacados y por tanto se romperían las normas establecidas en su cabeza, la misma que le dice que no hay mejor distancia focal que la de 50 mm porque  apenas tiene efectos. Por esa misma manera de entender la fotografía, sus trabajos son partes de películas que él vivió con la cabellera despeinada. Para hacer un encargo o ir a uno de esos puntos donde no hace falta reloj. 
De México, se pueden ver en la galería 50 años. De París, otros tantos. Estampas que salen de una Nikkormat o de una cámara de esas de juguete que a él tanto le gustan. No se trajo ninguna a la ciudad. Decía que hacía mucho tiempo que esto no sucedía, pero que tiene pensado hacerlo en una próxima vuelta. 
Entre sorbos a un café descafeinado que en nada se parece a su obra, Plossu decía que el peor enemigo de la fotografía era la vulgaridad, que de las fotos malas se aprende y que entre el siglo XX y el XXI, el genio se queda con el primero: “El siglo XXI no sé lo que es”, admitía. Una realidad que confirma cada vez que se instala en la habitación de un hotel y enciende el televisor. Seguidamente aparece la violencia en todas sus formas. Nada que ver con el mundo que él hace película. Y la instantánea que un día le hizo a un pajarillo en París vuelve a hacerle sonreír. Sin más. n

Un grande que no entiende el nuevo siglo

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