“El faquir tiene que sentir dolor o no sería humano, pero lo contrarresta con la mente”

“El faquir tiene que sentir dolor o no sería humano, pero lo contrarresta con la mente”
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El gallego Ángel Díaz Pérez, uno de los faquires más famosos de España, y que es más conocido por su nombre artístico, Ángel Curtis, y por ser el Rey del Faquirismo, ha decidido llevar al papel sus memorias, en las que relata la vida que llevó al consagrarse a este oficio, que compaginó con el de sanador.
Tras 40 años de dedicación profesional, reflejados en la obra autobiográfica “Mi vida, el fakirismo y las terapias naturales”, ni las anécdotas ni las personalidades para las que actuó este hombre son escasas o poco curiosas.
Nombres como el expresidente de la Generalitat de Cataluña Jordi Pujol, el premio Nobel Camilo José Cela, el intérprete Camarón de la Isla, los actores Fernando Fernán Gómez y Daniel Dicenta, la actriz Lola Herrera, el expresidente de la Xunta Gerardo Fernández Albor o el príncipe Alberto II de Mónaco son algunas de las personalidades que han podido disfrutar de sus actuaciones.
La vertiente de curandero está ligada a la de faquir. “Fue en la meditación trascendental donde encontraba yo la fuente de lo que nosotros llamamos inteligencia interior, la química, la farmacia que tenemos en nuestro organismo”, señaló Díaz.
Cuando se habla de la figura del faquir se piensa, reconoce Curtis, en un hombre que desafía el dolor, haciendo gala de un extraordinario control mediante diversos métodos, para así poder acostarse sobre una cama de pinchos o atravesar las carnes con agujas y ganchos.
La resistencia de los faquires al dolor ha hecho que sus hazañas parezcan prácticamente imposibles y que se admire, por ende, su gran capacidad de concentración y meditación.
No en vano, las habilidades parecen casi imposibles: introducción de un clavo o un puñal de doce centímetros por las fosas nasales, doblar metales con la mente, soportar encima de una mesa de clavos el peso de ocho personas, romper cristales con pies y antebrazos, perforar mejillas y gargantas con agujas, subir por escaleras de guadañas o ponerse de pie sobre el filo de dos navajas barberas.
Para el común de los humanos supondría un serio peligro para su integridad física realizar alguna de estas prácticas, y, sin embargo, no lo es para Ángel Curtis, quien cuenta que esta capacidad no se debe a una mutación genética como insinuó una investigación de la Universidad de Cambridge en 2006, sino al mero control del dolor.
“El faquir tiene que sentir dolor o no sería humano”, pero emplea determinadas disciplinas para ir compensando y paliando ese daño, detalla. “Nosotros tenemos que contrarrestarlo a través de la mente, focalizar el dolor y anestesiar la parte que se va a utilizar a través de neurotransmisores y de transductores de energía y de vibración”, añade.
Así, Ángel Curtis subraya que la alteración de la química se produce a través de la meditación trascendental y de la concentración, tomando como base el pensamiento a modo de un elemento efímero, una fuerza de información y de energía, y no de una manera literal, como se entiende comúnmente.
“Nosotros lo llevamos más allá”, incide este artista oriundo del municipio de Curtis, quien además abunda en que toda “información extra” permite llegar al estado de trance que supera la conciencia ordinaria y, por tanto, alcanzar las proezas finales de un espectáculo que nada tiene que ver ni con el ilusionismo ni con la magia y que, gracias al trabajo de profesionales como él mismo, ha alcanzado la distinción de “interesante”.
Ángel Curtis desgrana en su primer libro, de una manera amena y divertida, los entresijos de esta ciencia casi desconocida, contando de forma “muy telegráfica” sus inicios. Un monje lama, un maestro que trabajaba en el teatro Circo Price de Madrid y un libro de la India sobre los enigmas de este paraíso fueron los tres elementos que influyeron en su inspiración, pese a que ya tenía él “condiciones innatas”, aunque ocultas bajo un velo por su carácter supersticioso.
Tras su exitosa trayectoria ha querido dedicar una parte de su trabajo literario a opinar sobre la sociedad actual, en la que aboga por una superación de la mente primitiva y por el desarrollo “de un cerebro superior con una conciencia más pura y universal”.
“No abogo por esta filosofía, sino por esta realidad, que es la esencia de la vida para que no vivamos despropósitos y cosas descerebradas como guerras o hambrunas que provocan una falta de atención sobre cosas más elementales”, razona.
El Rey del Faquirismo lleva toda su vida dedicado a esta técnica que “se necesita”, no obligatoriamente, “pero sí para estimular ciertas partes de un cuerpo”, y a la que ahora no puede dedicarle las mismas horas porque ha instalado un centro en su pueblo natal para ayudar a los que necesitan de él como sanador por sus terapias naturales.

“El faquir tiene que sentir dolor o no sería humano, pero lo contrarresta con la mente”

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