Falta de sentidos y cansancio, algunas de las secuelas del Covid-19

Falta de sentidos y cansancio, algunas de las secuelas del Covid-19
02 mayo 2020 A Coruña.- El Chuac alberga a doce pacientes en la UCI, nueve menos que el pasado, lunes

El coronavirus va remitiendo pero ha dejado, además de las miles de víctimas, innumerables testimonios y secuelas. En el área sanitaria coruñesa, donde la situación está controlada desde hace semanas, se vivieron casos de auténtico terror y estrés, una situación inaudita que ha dejado no pocas señales en la vida de los más afectados.

“A día de hoy todavía no he recuperado el olfato y sigo durmiendo muchísimo”, explica María Jesús Sánchez, de A Coruña, quien estuvo once días consecutivos con fiebre en marzo, pero pasó el virus en su domicilio.

Los dos olores que sí reconoce, señala Sánchez entre risas, son “el churrasco y el bizcocho”. “Es lo único que consigo detectar por ahora, y en lo físico también me noto mucho más cansada que antes. Duermo nueve o diez horas

La fiebre iba y venía cada día, especialmente al anochecer, y en las primeras jornadas María Jesús llamó al teléfono de información que el Sergas había habilitado. “Llamé tres veces pero no me hacían la prueba porque no tenía insuficiencia respiratoria y no había estado en Madrid ni en Italia, ni tampoco en contacto con ningún positivo confirmado”, indica la coruñesa, que trabaja como funcionaria.

Fiebre, falta de olfato y de gusto fueron los síntomas que tuvo que sufrir durante días, además de somnolencia. “Después de comer yo nunca dormía, pero ahora como me quede quieta un rato ya caigo”, apunta, y añade que ella acabó contagiando el virus a su marido, quien además de no tener olor ni sabor padeció un sarpullido que “al principio achacó al gel hidroalcohólico”.

Sánchez llamó también esos primeros días a aquellas personas con las que había tenido contacto. “Como era una cosa de la que se sabía tan poco, no sabía cómo de contagioso era, pero salvo mi marido los demás no tuvieron nada”. La coruñesa acudió a un centro privado para hacerse el test, igual que su marido, donde se comprobó que habían pasado la enfermedad y tenían anticuerpos.

El miedo a contagiar a los seres queridos la persiguió hasta bien entrada la desescalada. “Hasta que supe que no podía contagiar a nadie no salí de casa ni quedé con nadie. Ahora voy recuperando la vida normal poco a poco e intento estar activa yendo mucho a caminar”, dice María Jesús, quien alega que “lo peor de todo esto” fue tener a sus hijos lejos, una en Alemania y otro en Sevilla, ya que le daba “mucho miedo que enfermasen y no poder estar con ellos”.

En primera línea

Mónica Espasandín vive en Cambre y trabaja como limpiadora en el Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac). Durante las primeras semanas, estuvo en primera línea de fuego, “delante de Urgencias, donde entraban todos los pacientes”. “Me empecé a notar muy cansada pero supuse que era por el estrés de aquellos días, además de que por aquel entonces faltaban muchos medios y teníamos un agotamiento tremendo”; dice.

Cree que no tiene ninguna secuela grave de este virus, aunque no está “del todo tranquila” hasta que todo esto pase. La situación le sobrepasó, comenta Mónica. “Mi marido es una persona de alto riesgo y tengo una niña, que también sufrió días de malestar y diarrea. Estoy convencida de que ella también lo tuvo, aunque al vivir en una casa nos fue más fácil mantener las distancias y el aislamiento en habitaciones”.

Más preparados

Hace una semana, Mónica Espasandín se realizó otro test más, donde volvió a dar negativo. Está esperando a que el médico le dé “definitivamente” el alta, y recuerda que tiene alguna compañera de trabajo que “ha quedado tocada, con los pulmones dañados”.

La tensión también la hizo bajar de peso, algo que se intensificó con la vuelta a su puesto en el hospital. “No sé si habrá un rebrote pero ahora estamos más preparados. Las primeras semanas fue algo de locos”, concluye. l

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