El éxodo sin fin de una práctica festiva, pero nociva para los vecindarios

El éxodo sin fin de una práctica festiva, pero nociva para los vecindarios
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El botellón se ha convertido, desde hace muchos años, en una fuente de divertimento para unos, y de conflictos para otros, hecho que ha convertido este fenómeno en una ruta que nunca para por los rincones más conocidos, y por los más recónditos de la ciudad.

Desde enclaves históricos de nuestra ciudad, como la colegiata de Santa María, hasta edificios abandonados o parkings de barrios periféricos, las reuniones de jóvenes, y no tan jóvenes, para beber en espacios públicos se han logrado mover por toda la ciudad.

Los conflictos más sonados, y que comenzaron la emigración por la ciudad del botellón, se dieron hace algo más de una década, cuando semana tras semana, la plaza del Humor y la de Azcárraga congregaban a cientos de jóvenes en sus entornos para beber al aire libre. El resultado, fiesta para ellos, ruido y suciedad insostenibles para los vecinos. 

El entorno del Orzán, con la calle homónima y otras como el Socorro, aumentaban las quejas vecinales, aunque en este caso se sumaban los horarios y ruidos de los locales de ocio. 
Las protestas encontraron un aliado en la Corporación Municipal que, en el año 2008, aprobaba las primeras normas con las que regular el botellón. No lo prohibían como tal, algo que, por otro lado, nunca se ha llegado a hacer, pero sí que obligaron a cesar las reuniones masivas en varios puntos de la ciudad.

Así, se declaraban las Zonas de Especial Protección (ZEP), que afectaban al entorno de la plaza del Humor y de la Zona Vieja, a la que también se sumaría la plaza de Santa Catalina, uno de los lugares escogidos por los jóvenes como alternativa ante las nuevas normas municipales.

Por el camino, el botellón había encontrado otro enclave, bastante singular y no muy lejano a Azcárraga. El atrio de la colegiata de Santa María vio, durante una pequeña temporada, decenas de fieles se congregaban todos los fines de semana, aunque sus oraciones no eran muy bien vista por los más religiosos de esta parte de la Ciudad Vieja.

Las prohibiciones derivaron el éxodo de alcohol, hielos, vasos y bolsas de plástico hacia un punto en el que no se pudiera provocar disturbios al sueño de los vecinos. Así, los Jardines de Méndez Núñez acogerían, y acogen, estas macroreuniones.

Los vecinos no sufren ruidos, pero el entorno si que sufre estragos. Durante los últimos años se ha achacado a esta práctica el visible deterioro del recinto, algo que, en las últimas semanas, despertó de nuevo el debate sobre el botellón, al dejar caer el Ayuntamiento la posibilidad de declarar los jardines como Ben de Interese Cultural, para tratar de sacar esta práctica, aunque hasta el momento no han dado más noticias al respecto.

Expansión 
En momentos puntuales, o en partes de este largo éxodo, el hecho de beber en la calle se prodigó, y lo sigue haciendo, por diferentes entornos de la ciudad, más allá del centro.

Durante el viaje desde Azcárraga y el Humor hasta los jardines, plazas como las de Vigo y Lugo, así como en la actualidad la explanada de O Parrote, fueron lugar de reunión, en una medida mucho menor, de pequeños grupos de jóvenes. Dado a nuestro característico clima, beber en la calle puede llegar a ser un reto, por lo que uno de estos enclaves dio lugar a que, el parking de la plaza de Lugo, fuera cobijo de grupúsculos que trataban de escapar de la lluvia para poder seguir bebiendo.

Pero algo más lejos, cualquier lugar parecía un buen lugar. Un edificio abandonado en As Xubias, por ejemplo, fue objeto de innumerables denuncias vecinales hace 13 años, ya que, ante la escasez de patrullas en la zona, era el lugar propicia para esta práctica.

Festividades
Nos gusta la fiesta, es algo que se podemos notar a menudo. Pero las fiestas llaman a beber en público. No son muchas, pero sí son llamativas. 

Desde el San Juan, convertido en un macrobotellón en la playa de terribles consecuencias para el arenal, hasta el San Pepe, que en el pasado congregaba a cientos de personas en el entorno, e incluso dentro de las clases, de la Universidad de A Coruña, pasando por conciertos al aire libre.
Son precisamente algunos conciertos, o fiestas, en el Coliseum y Expocoruña, las que propician reuniones para beber en el párking del Carrefour de Alfonso Molina.

Beber en la calle
Con el botellón descendiendo en número de participantes en los jardines, las calles peatonales de la zona centro y de la Ensenada del Orzán, acogen multitud de locales que permiten sacar las bebidas al exterior, para delirio colectivo de los vecinos, hartos de ruidos nocturnos.

Este fenómeno era habitual en calles como las del entorno del Orzán y Socorro, aunque también en otras como Mantelería o Santa Catalina, en menor medida, en las cuales también se juntaban pequeños grupos con bebidas ajenas a los locales.

Como el botellón, este tipo de ocio también viaja por la ciudad y, en la actualidad, se prodiga, sobre todo en el entorno de la calle Vista, fruto de la mayor cantidad de quejas en los últimos meses, y la calle San Juan, que congrega todos los domingos, durante el día, a centenares de coruñeses, que tratan de aprovechar al máximo el fin de semana.

El éxodo sin fin de una práctica festiva, pero nociva para los vecindarios

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