“Empecei a coñecer o ceo e a facerme amigo del”, cuenta el empleado Suso Prado

Cuando Ramón Núñez le dijo si le podía ayudar a abrir la Casa de las Ciencias, Suso Prado no lo dudó. Después de ser el primer conserje del IES Manuel Murguía de Feáns pensó que trabajar en un museo dedicado a la ciencia tenía que ser algo bonito. Lo supo nada más se puso a funcionar el 11 de julio y conoció a compañeros como José Antonio Pérez y Juan Carlos Medal, Jaítos. Inauguraron un mes antes, pero en exclusiva para los que en 1985 cursaban 8º de EGB: “Por iso de que ao deixar o cole despois non poderían vir”. A las cuatro de la tarde, “nin sequera pola mañá”, metieron a la primera remesa: “Saían tan contentos”. Y es que nadie queda indiferente a la increíble experiencia de observar el firmamento desde un sillón reclinado: “Medal tiña un don de explicar e unha voz que enganchaba. Metíaste na escuridade e el contábacho todo tan ben...”. Suso está seguro de que la cantera astronómica que hay en la ciudad se debe al Planetario y esas primeras sesiones. Su magia contagió al público y a la plantilla, que se pasó todo un año, el del 86, detrás del cometa Halley: “José Antonio, Juan Carlos e eu pasamos moito tempo mirando cun telescopio pequeno. Veuse por Valencia, pero por aquí non”. Sin embargo, Suso cuenta que gracias a eso empezó “a coñecer o ceo e a ser amigo del”. Hoy se reparte entre la Casa de las Ciencias y la Domus. Domina el proyector de ambos, que es digital, pero que combinan en el Planetario con el antiguo, con más de 700 engranajes y 33 años rulando. Siempre estuvo ahí, como Suso y el Péndulo de Foucault, que fue el módulo estrella desde el primer día. Prado señala que hay gente que va todos los fines de semana. Paga por un pase al cielo y sale con la misma cara de relajación. “Quedan mirando para ti e non teñen ganas de marchar”. Uno de ellos tiene autismo, pero de no hablar hace siete años, pasó a hacerlo por los codos y a conocerlos a todos. Sabe sus turnos de memoria, igual que las constelaciones. No se les escapa una: “Isto só pasa no Planetario”. A otro espectador de Educación Especial recuerda que lo animó a subir las escaleritas. No quería, pero logró que llegase arriba, se sentase y acabase disfrutando de las estrellas: “Foi levantando a cabeza e cando acabou, deume as grazas”. Por cosas así, sigue convencido de que decirle “sí” a Moncho Núñez fue una de las mejores decisiones de su vida. El palacete abre 362 días al año, solo descansa en Navidad y el 1 y el 6 de enero. Cuando salió a la pista en 1985 fue “una apuesta muy radical”, afirma Maldonado. Era la primera vez que un ayuntamiento en España reservaba parte de su presupuesto cultural a la ciencia. De su naturaleza interactiva, había un segundo en Barcelona, el de la Fundación La Caixa, “pero era como de más demostraciones”. Después se levantaron el resto. A imagen y semejanza.

“Empecei a coñecer o ceo e a facerme amigo del”, cuenta el empleado Suso Prado

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