Un código postal fraguado a base de silbidos, sacas de cartas y muchas escaleras

Un código postal fraguado a base de silbidos, sacas de cartas y muchas escaleras
José Vázquez, Sofía Fernández y José Luis Rodríguez, en la cartería de la sede central pedro puig

Ni los Reyes Magos, ni Papá Noel... Los reyes del envío en A Coruña fueron y siguen siendo personas muy reales que llevan 300 años haciendo esfuerzos titánicos para que usted no pierda ni una carta. Lo de los carteros de Correos es otra historia que daría para una misiva eterna plagada de anécdotas aunque ahora no se estile eso de enviar cartas manuscritas. Si alguien lo sabe es José Vázquez, un cartero jubilado que vivió toda la evolución de la ciudad en estos menesteres.
Vázquez, que así lo conocen por la central, fue una parte indispensable del callejero coruñés desde 1969 hasta febrero de este año. Le tocó vivirlo prácticamente todo y es una enciclopedia del envío. El mero recuerdo de cómo se presentaban en los hogares de los coruñeses asusta: a Vázquez y a sus compañeros les tocó ir pertrechados con una gran saca de cuero –que por sí sola ya pesaba lo suyo– llena de facturas pero también de palabras de amor o morriña. Además, recuerda divertido que tenían que hacer sus rutas con “un libro de vecinos en el que íbamos apuntando los nuevos residentes, tachábamos a los que se mudaban...”.
En sus inicios allá por el 70, de lo que no hace tanto tiempo, también cargaban con “el libro de certificados, el de reembolsos” y lo que se pusieran delante. Así les quedó la columna a muchos que no eran capaces de alternar los hombros que se ocupaban de la bolsa de trabajo. De los orígenes habla de los aguinaldos navideños de los vecinos –hoy prohibidos– que a algunas personas les completaban unos pírricos sueldos. Y de memoria recita los escasos números que contaban con ascensor en su recorrido por el Orzán. “Había en el 88 del Orzán y el 34 de Cordelería, donde estaba el Cine Goya, y en el bar Teixeiro nos ponían una copa de sol y sombra”, explica.

modernidad de las flores
También en el Barrio de las Flores contaban con elevadores y era todo un avance... a pesar de que “solo estaban en las cabeceras de los bloques”. El resto del tiempo se servían de un silbato para avisar a los vecinos que tenían correo y así intentaban que ellos recorriesen la mitad del camino de peldaños. “Un silbido era el primero derecha y si se redoblaba era el izquierda y así con todos los pisos”, cuenta.
Un poco más adelante en el tiempo a la falta de ascensores se les sumó un uniforme diseñado por un conocido modisto que no les daba descuello para menear los brazos con la intención de meter las cartas en los buzones. Menos mal que en aquel momento ya tenían carros de ruedas porque cada vez que se mojaba el chaquetón, los kilos extra caían como la lluvia y era casi imposible caminar.
Sitios problemáticos solo recuerda Penamoa, en donde hubo un momento en el que el delegado del Gobierno en persona les dio un permiso para no subir. Duró solo una temporada después de un ataque a un cartero.
Una de las peculiaridades de Correos, antes de que se modernizara y llegase al grado de especialización actual era el voceo de las “cartas malas”, es decir, aquellas que venían con un apodo, un nombre o una dirección incompleta. Para no tener que devolverlas se cantaban en la cartería, cuando todos estaban presentes, por si alguien conocía a quién se referían.

cartas “ciegas”
Antes se luchaba por entregar la misiva por si era una cuestión importante la que se transmitía en el papel. Pese a lo que pueda parecer, hoy por hoy, también llegan hasta la central (y las otras tres carterías de A Coruña) las “cartas ciegas”. También se repasan. Por eso tanto el jefe de la Unidad de Reparto 1, José Luis Domínguez, como la jefa del sector de distribución de A Coruña, Sofía Fernández, insisten mucho en que incluso se ponga el código postal.
Precisamente de este avance están detrás Vázquez y los carteros que lo acompañaban, a los que se les dio libertad para distribuir la ciudad por números allá por 1981. Nada tuvo que ver la Administración y, por eso, los distritos centrales y los postales van por libre.
A una pequeña puya de Rodríguez, el excartero todoterreno –ocupó numerosos cargos en la compañía– asegura que el mapa se hizo mal. “Antes tenías una visión diferente de las cosas; tirábamos las cartas en cuatro grupos de calles para clasificarlas y decidimos no romperlos, por lo que fuimos creando zonas dentro de esas cuatro que teníamos”, relata. Algunas quedaron abiertas porque veían que “la periferia estaba creciendo” y así sigue siendo.
Tanto ha cambiado la sociedad –las variaciones ya las vivió en la sede central como responsable de distintos departamentos– que hoy tienen problemas para entregar cartas. Antes esto no ocurría pero ahora los carteros pasan verdaderas odiseas para entrar en edificios de Novo Mesoiro o Adormideras porque toda la familia trabaja.

Un código postal fraguado a base de silbidos, sacas de cartas y muchas escaleras

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