La artista Anna Malagrida se sitúa con su obra entre lo visible y lo que está oculto

La artista Anna Malagrida se sitúa con su obra entre lo visible y lo que está oculto

La artista Anna Malagrida aterriza por primera vez en el MAC con una selección de series fotográficas agrupadas en un todo llamado “(In)visibilidad”, que recorre su mirada desde que irrumpió un nuevo milenio en el calendario y a ella se le dio por situarse en la frontera entre lo que se ve y lo que está escondido. Confiesa la fotógrafa que todos sus trabajos tienen que ver con las huellas y los restos que no acaban de asomarse a la superficie. Están y no están y es cosa del espectador descifrarlas por un camino o por otro. De ahí que no defina del todo sus obras que pueden pasar por pinturas. 
Son pequeños homenajes a grandes como Tapies, en gran formato, para producir más ambigüedad, y en colores diluidos, tanto que se acercan de puntillas al blanco y negro: “Para no dispersar la atención”. Normalmente encuadra las escenas bajo un marco que puede ser el de una ventana o una puerta. Dentro, el potaje que encierra el objetivo coquetea con las marcas y las formas inacabadas. La imagen congela instantes o se presenta en movimiento. 
Es cuando Malagrida deja la cámara de vídeo estática para que sean las historias las que entren sin llamar por el objetivo. Lo hace desde el interior de su galería en París. En el medio, un limpiador de cristales enjabona el cristal como si fuera un pintor: “Hay una doble lectura, la plástica y la política de un hombre de Mali que se gana la vida así, sobre quién decide y por qué siempre es el otro”. De esta manera, junta lo cotidiano, que son las presencias que se ven al otro lado, las rutinas que se aparean tras el cristal y lo abstracto, lo que va más allá y lo que pinta el artista del “cristasol”. 
Anna opta por colocarse siempre en el umbral, en una línea que toca lo interior y lo exterior al mismo tiempo y aunque sus espacio no son inventados, lo parecen: “Lo que nos une es lo mismo que lo que nos separa”, afirma, y sigue avanzando sobre un cuento que ella misma va gestando: “Con la cámara dejo que pasen las cosas, no las dirijo”. Dice que es como alargar la foto. 
En este sentido, sus composiciones son trampantojos. Su cámara recoge guiños y el que los ve los mastica en una dirección. Sus piezas respiran de muchos lugares. Aparcan en Cap de Creus y toman las últimas vistas del Club Mediterránea para confundirlas con el polvo que se aprecia en las ventanas y que permite dejar misivas, también las últimas de una infraestructura que ya no mira al mar. A Malagrida le interesa porque desde allí se divisa la frontera entre España y Francia. La barcelonesa afincada desde hace 15 años en el país vecino concentra 60 obras en un MAC que habla de transparencia y opacidad a la vez. 
Son reflexiones en medio de crisis económicas y protestas como el 15-M. Expresan cosas que muchas veces se ocultan bajo el mantel. Ella las pone a desfilar de tal modo que uno las va recolectando al gusto. 
Se detiene en unas y pasa de largo ante otras, pero están. En un estilo que desde el museo califican como “interesante” dentro del arte contemporáneo español y que se quedará hasta el 3 de julio. Después, volará hasta el centro Pompidou. 

trayectoria
Licenciada en Ciencias de la Información, la artista ha dejado su huella en colecciones públicas y privadas repartidas por todo el mundo como el Fonds National d’Art Contemporain de París, Magasin 3 Stockholm Konsthall de Suecia o el Kawasaki City Museum de Japón. 
En su trayectoria, los clics de su cámara han recibido premios como el Prix au Project otorgado por los Rencontres Internacionales de la Photographie d’Arles en 2005. Los coruñeses tienen ahora la oportunidad de pasear por el Barrio Chino de Barcelona, poner un pie en Jordania y descubrir París desde la barrera.

La artista Anna Malagrida se sitúa con su obra entre lo visible y lo que está oculto

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