La apertura comercial con ultramar que supuso la caída del puerto coruñés en 1778

La apertura comercial con ultramar que supuso la caída del puerto coruñés en 1778
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El año 1764 significaría para la ciudad la llegada de un período de expansión comercial de la mano de su puerto, beneficio que sería otorgado por el rey Carlos III. Este período abarcó hasta el año 1778 merced a que A Coruña, junto con el puerto de Cádiz, tenían el monopolio comercial con las colonias de ultramar.

Precisamente en 1778 fueron habilitados además todos los restantes puertos, hecho que conllevaría al fin del fuerte desarrollo comercial coruñés, debido a la nueva libertad comercial del resto de puertos con las Indias. La economía de la ciudad no estaba preparada para una circunstancia como esta, y menos todavía la sociedad burguesa que tantas esperanzas habían depositado en este comercio ultramarino.

La parte fundamental de estos correos marítimos de A Coruña y de la ruta de la Plata la componían la exportación de las mercancías que llegaban desde los diversos reinos europeos, principalmente de Inglaterra, Holanda y Francia por este orden. Los géneros de estos países llegaban a la ciudad en los diversos navíos extranjeros y eran redistribuidos al resto de los confines peninsulares o enviados hacía las colonias. 

A todo esto habría que sumar el resto de las mercancías nacionales llegadas a este puerto y listas para su salida hacía aquellos puertos ultramarinos, mientras que los productos importados de las mismas se reexportaban más tarde hacía los distintos puntos de la península y del extranjero.

Harina       
Uno de los productos que más solía recalar en puerto era la harina, la cual, tanto en grano como molida, era de gran necesidad en la población asentada, así como de la flotante. 

Las incautaciones de este producto eran un problema, ya que en ocasiones se confiscaban algún cargamento de harina, como ocurría con algunos de origen francés que iban con destino a los puertos de Indias. Dada la tremenda necesidad de ella en la plaza, el grano terminaba siendo incautado en cuanto se tenían noticias de que un navío llevaba a bordo un cargamento. 

Aún así, este comercio llegó a alcanzar niveles internacionales, ya que el grano que llegaba no era sólo de Castilla o de Andalucía, cuyos envíos resultaban insuficientes para abastecer a la plaza de A Coruña y cuyo transporte se hacía por mar. Por tanto, también llegaban barcos cargados de cereal desde Francia, Inglaterra, Holanda e incluso de Filadelfia.

Población 
Hay que tener en cuenta que A Coruña tenía, en 1657, un total de 7.915 vecinos, y en 1748 sumaba 8.700. Más tarde, en 1797, el procurador de la provincia de A Coruña hablaría de una ciudad que tenía más de 40.000 almas.

Hay que tener en cuenta que los padrones de la época no eran exactos, ya que se excluía a las órdenes religiosas, militares y nobles, así como a los empleados del rey y a las gentes que se encontraban en la ciudad de paso, siendo considerados como flotantes.

Por lo tanto, una cosa serían los vecinos o moradores de la época, y otra muy diferente cuando se habla de las almas de un pueblo. En este último caso se cuentan todos y cada uno de los habitantes, sin exclusión alguna. Los vecinos solo estaban condicionados a los impuestos que regían en el momento.

No obstante es difícil saber cuanto hay de cierto en todo ello, pero si tenemos en cuenta el consumo de pan diario y la cantidad de panaderías, así como su molienda de trigo y la gran dificultad para poder abastecerse, aún con las cantidades tan importantes que llegaban al puerto de la ciudad y el almacenamiento de cada panadero, no cabe duda que la población debía de ser importante. Pero si a ello además unimos la cantidad de bodegas, así como su vino almacenado y su consumo, avala la idea de que en esta época de pleno apogeo comercial, A Coruña debió ser una gran ciudad y con una numerosa población.

Si nos ceñimos a 1797, la parroquia de San Nicolás tenía censadas 805 casas altas, 483 terrenas y tan solo seis de ellas constaban como arruinadas. Su población en personas, contadas a partir de un año de edad, sumaban 5.117. Pero falta por saber las que podría tener las parroquias de Santiago y San Jorge, ya que Santa María do Campo disponía de 124 casas útiles, dos arruinadas y sus moradores sumaban 771. 

Además de todo ello hay que sumar a la ciudad el barrio más populoso, que era el de Santa Lucía y que abarcaba desde la rúa das Vestas hasta el Puente Gaiteiro en cuyos límites terminaba la ciudad de este siglo XVIII. También habría que sumar la importante cantidad de gente flotante que circulaba por la ciudad sin que su número constase en ningún registro de la época.

Decadencia
El desarrollo de la ciudad coruñesa estaría ligado al mar, por tanto la multitud de intercambios comerciales a través del puerto fueron muy importantes en determinadas épocas, tanto por la cantidad de las mercancías movidas, como por su valor de especie. 

También es esta época cuando A Coruña alcanza su mayor esplendor mercantil. Pero en 1778 la crisis desatada por los correos marítimos hace entrar de nuevo al puerto en una nueva y grave decadencia comercial. 

Fue por esto que, en ese año, el rey Carlos III aprueba una Cédula Real mediante la cual se aprueba la constitución de los Reales Consulados en los puertos que careciesen de ellos. Todavía habría que esperar hasta el  27 de Julio de 1785 a que la instalación del Real Consulado en A Coruña fuese una realidad palpable, de este modo podemos saber que entre 1793 y 1797 entraron en el puerto un total de 1.202 barcos de distintos portes y banderas.

La decadencia de España comenzó en el siglo XVI, pero al siglo siguiente, este retraso comercial del desarrollo económico integral con respecto a otros reinos como Inglaterra, Holanda o Francia, era más que notable. Ante esto nada se hizo para atajar el mal, por lo que en el siglo XVIII la diferencia entre España y esos estados ya era abismal. 

A partir de dicha centuria, se reconoce, por los distintos estamentos de la corona, esta grave deficiencia económica. Las recetas que se quisieron emplear fracasaron por falta de voluntad en aplicarlas y, las más de las veces ,no se pusieron en marcha por la fuerte oposición de los sectores privilegiados y más radicales de la sociedad, como los eclesiásticos y nobiliarios, siendo los más destacados en hacer fracasar todo intento involucionista que acarrease la merma de sus ancestrales privilegios. 

En otros casos ya no se intentó hacer nada porque era imposible conseguir algún resultado dada la oposición a los cambios que había que hacer en el entorno político. Estos estamentos se aferraron a que continuase todo igual cuando el entorno estaba cambiando. Este inmovilismo también sería, a la postre, el comienzo del fin del sistema colonial español.

La apertura comercial con ultramar que supuso la caída del puerto coruñés en 1778

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