Antes de que los famosillos de cuarta acaparasen televisiones y prensa amarilla, en las portadas de las revistas aparecían nombres como el de Paola de Bélgica, que personificaban la elegancia y el glamour. Pero como de esos tiempos no queda nada, incluso la que fuera reina de los belgas habla en un documental de sus problemas matrimoniales. Y de su infidelidad al entonces rey Alberto II dice que no se arrepiente, porque fue fruto de la soledad y la tristeza. Cuantos más años pasan más claro queda que realeza no es sinónimo de felicidad. Al menos ahora el divorcio es una salida.