Ribeiro, ese néctar de los dioses...

Hubo un tiempo en el que, aunque parezca increíble, la cerveza no era la reina de los brebajes tabernarios. El pueblo llano quedaba-mos en la calle de La Estrella y aledaños para tomar-nos “una taza”. De ribeiro, claro. Y no es que el vino estuviese especialmente bueno. Era una cosa turbia y ácida que perforaba el estómago –cómo estaría el que mandaban en barcos a Inglaterra en los siglos XII al XIV, mi madriña—, pero era barato y encima nos lo jugábamos a los “chinos”. Un ratito de entretenimiento cuando no había tanto canal de televisión y cosas de esas. Pero pasó el tiempo y el ribeiro se convirtió... ¡en un néctar de los dioses! Nada que ver con el de los “chinos”. Ahora hay unos ribeiros tan buenos o mejores que los albariños y otros blancos de calidad. Y cristalinos, se acabaron las turbiedades. No hay delicia mayor que tomarse un ribeiro bien frío en una terracita a la sombra de una sombrilla. O catar alguno de los que nos ofrecerán en la sede de Afundación o en el Centro Ágora durante esta semana de exaltaciones y galardones. Se los merecen, por el trabajo bien hecho.

Ribeiro, ese néctar de los dioses...

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