En los tiempos en los que hacer una llamada es tan sencillo como echar la mano al bolsillo y coger el móvil, resulta extraño recordar los momentos en los que el teléfono era un invento reciente, que despertaba casi tantas reticencias por los efectos que tendría sobre la salud como lo hicieron en su día los celulares. Aunque la fama la llevó durante muchos años Alexander Graham Bell, lo cierto es que el creador de este aparato para hablar a distancia es un italiano, Antonio Meucci. Construyó el primer prototipo en 1854 aunque lo de la patente se lo tomó con más calma y solo registró una pequeña descripción de lo que había inventado en 1871 para hablar con su mujer, enferma de reuma, desde su oficina. Le llamó teletrófono pero el nombre que triunfó fue el que le puso Bell.
Los prototipos no tardarían demasiado en llegar a España, en donde se realizó la primera llamada en el año 1880. El empresario Rodrigo Sánchez Arjona llamó desde su casa en Fregenal de la Sierra, en Badajoz, a su cortijo de Las Mimbres, situado a ocho kilómetros. El aparato original, un modelo Gower de Bell, fue donado por su familia al museo de Telefónica en Madrid.
Si en Extremadura tenían un empresario inquieto, A Coruña tampoco se quedaba corta. Fernando Rubine Firpo encajaba también en ese perfil. Tal y como contaba el ‘Diario de Avisos’, había nacido en 1811, era un tipo al que hoy llamaríamos emprendedor que creó varios negocios. El más conocido de todos, que estaba ubicado en la calle que hoy lleva el nombre del empresario, fue la Fábrica de Chocolates y Puntas de París. Además, fue también concejal y ocupó diversos cargos en la junta provincial de Sanidad y de la de Obras del Puerto antes de convertirse en presidente de la Diputación.
Fue colaborador también de varios periódicos, con sueltos y artículos en los que defendía su visión de la ciudad y, especialmente, su proyecto soñado, un lazareto en Oza. Fue precisamente defendiendo este deseo, leyendo el plan para construir este hospital, cuando le sobrevino una muerte trágica, que llenó las páginas de los periódicos de la época.
Su curiosidad y su energía hacían que fuera un adelantado para su tiempo y los inventos de su época le llamaban la atención. Eso fue precisamente lo que le pasó con el teléfono. Así lo anunciaba el ‘Diario de Avisos de La Coruña’ en su edición del 11 de abril de 1885: “Han empezado las obras para la instalación del teléfono que el señor Rubine piensa establecer entre su fábrica de Riazor y el depósito establecido en la calle Real. Los señores Mesa y Marchesi y algunos otros comerciantes piensan imitar la conducta del señor Rubine”.
De forma que, la primera llamada telefónica de la que hay registros en A Coruña se hizo entre la que entonces se conocía como avenida de Riazor y la calle Real en el mes de mayo de 1885.
Iago Soto, en su blog ‘Historia da Telefonía en Galicia’, va incluso más allá y asegura que fue la primera línea privada que existió no solo en la ciudad sino también en Galicia, al margen de una serie de pruebas que realizó Andres Comerma en algunas líneas domésticas en el Arsenal de Ferrol.
Por aquel tiempo, las llamadas se establecían punto a punto, según explica Félix Rodríguez, uno de los fundadores del Museo Didáctico de las Telecomunicaciones (Muditel). La red urbana no llegaría hasta tres años después, en 1888. El 12 de octubre se instala la estación central en Riego de Agua, bajo la dirección de Mariano Martín Villoslada.
Para que los teléfonos funcionaran, era necesario poner postes con hilos, algo que, según la prensa de la época, afeaba bastante la ciudad. Pero no era la única protesta que manifestaban los ciudadanos, que temían que esas líneas telefónicas les acabaran ocasionando problemas de salud. El debate de que el teléfono sea perjudicial no es algo que naciese con el móvil ni tan novedoso como nos creemos.
El hecho de haber tenido el primer teléfono no hizo que, como cabría pensar, Rubine tuviera el número uno de la guía telefónica. Según asegura Soto, la caída de un rayo inutilizó la línea, de manera que tuvieron que volver a ponerla y, probablemente, lo hicieran más tarde que los demás, una vez que llegó la telefonía urbana. Por eso, en ese primer listín a los Rubine les correspondía el número 98.
Fernando Rubine poco pudo disfrutar de las comodidades que ofrecía el teléfono, ya que murió a los pocos meses de la instalación. Lo hizo en pleno pleno, valga la redundancia, para sorpresa de quienes le habían saludado al cruzar la calle Real apenas unos minutos antes de que entrara en la Diputación. El entierro fue multitudinario; todos querían despedir al empresario que había endulzado la vida de los coruñeses. Y al primero que levantó el teléfono para dar un recado. El Ayuntamiento le puso una calle al día siguiente de su muerte.