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A Coruña

Estellés y Tenreiro hablan de los abuelos que levantaron el Pastor

Evocan la amistad que les unía más allá de su trabajo, su austeridad y sus preocupaciones por las estructuras

Peregrín Estellés y Magda Tenreiro, ayer, ante el edificio del Banco Pastor, hoy propiedad del Banco Santander
Peregrín Estellés y Magda Tenreiro, ayer, ante el edificio del Banco Pastor
Germán Barreiros

El domingo 8 de noviembre se cumplirán cien años de la apertura al público del edificio del Banco Pastor, hoy propiedad de la Fundación Barrié, que se lo tiene alquilado al Banco Santander. El que fuera en su día el techo de España fue una obra de Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés. El Ideal Gallego reúne a dos de sus descendientes a los pies del rascacielos para recordar a los dos arquitectos.

Peregrín Estellés (A Coruña, 1955), que se llama igual que su padre e igual que su abuelo, es uno de los nueve nietos del cocreador del Banco Pastor. Magda Tenreiro (Burgos, 1967) es nieta –una de los 18 que tuvo– del otro arquitecto que levantó el edificio ahora centenario. Explica que el hecho de que naciera en Burgos es accidental, porque sus padres iban allí a causa del asma de su hermano, que requería de un clima más seco, pero siempre ha vivido en A Coruña.

“Aquí, en el banco, no les ponían la alfombra roja porque era demasiado –explica Estellés– pero eran personas muy recordadas”. “Mi abuelo era bastante recto con sus principios y pocas veces se apeaba de la burra –recuerda con una sonrisa–; yo conviví con él hasta que se fue en 1969, y después, en Madrid, siete años”. “El que más trato tuvo con él fue mi primo José Ignacio”, afirma.

“Lo que puedo contar es de lo que escuchaba en casa de las historias del abuelo, porque yo tenía cinco años cuando murió”, explica Magda Tenreiro de su antepasado. “Yo creo que eran, para su época, dos genios y tuvieron la suerte o la oportunidad de haber podido estudiar en Madrid, que en aquella época no todo el mundo podía y la gran suerte de coincidir y de hacerse amigos, porque en casa siempre decían que además, de socios, eran buenos amigos”, recuerda la nieta del arquitecto.

Las familias de Tenreiro y Estellés tenían una muy buena relación y pasaban muchos veranos juntos.

Peregrín era un calculista de estructuras extraordinario, y tú me corriges si no es así –le dice Magda al nieto de Estellés–, pero francamente extraordinario y cuando a mi abuelo lo avisan (porque tenía relación familiar con la gente del banco y le dan la oportunidad de venirse, porque él en aquel momento vivía en Francia), lo primero que pensó es en llamar a Peregrín, que era valenciano y no vivía en Galicia”. “Los dos habían estudiado en Madrid –prosigue Tenreiro– y le llamó y le dijo: ‘Me sale una obra grande en La Coruña, ¿te interesa?’. Y ahí es donde nace todo”.

“Uno se dedicaba más bien a las estructuras porque, en la escuela, tuvo sus gustos por ahí y el otro, Antonio, era más del diseño de fachadas, interiores –interviene Estellés–pero yo no me creo que tuvieran totalmente separadas esas cosas. Digamos que, sobre la parte comercial, mi abuelo no había nacido para ello y lo llevaba Antonio, que era más relaciones públicas”.

De todas formas, como explican sus nietos, eran dos personas muy sencillas y muy austeras. “No querían saber nada de cafés, o sea, sus relaciones sociales, más allá de la parte profesional que tenían que cumplir, eran familiares, por lo que yo recuerdo”, aporta Estellés, quien recuerda que a su abuelo “le gustaba mucho andar, pero andar por las carreteras, en zonas cercanas a La Coruña”. Hacía fotografías de ambientes de campo y su nieto está tratando de organizar esas imágenes: “Aún estoy yo revolviendo a ver lo que hay, entre la cantidad de fotos que tenía mi padre”.

“No sabemos cómo se va a comportar el hormigón al cabo de cien años”, recuerda Peregrín que decía su abuelo

Magda rememora los veranos en la casa de Pontedeume, donde se juntaba muchas veces las dos familias. “Se reunían los mayores, que tenían sus largas charlas, y nosotros, al campo y a jugar por allí, por la finca”. Recuerda también que Isabel, hija de Estellés, y Rosa, hija de Tenreiro, eran muy buenas amigas. “Una vez, habían ido en bicicleta por la playa de Santa Cristina las dos –o sea, tu tía Isabel y mi tía Rosa, le explica a Peregrín– y les pidieron permiso para filmarlas y luego salieron en el No-Do no sé cuántas veces en el cine. Me decía mi tía: ‘Qué vergüenza, que nos vio todo el mundo con los pelos al aire pedaleando por Santa Cristina’”.

Sobre la continuación de la profesión de los abuelos, en la familia Tenreiro hay unos cuantos arquitectos: “Los dos hijos de él fueron arquitectos. Uno de ellos se llamaba Ramón, que tuvo un hijo del mismo nombre que era aparejador –enumera Magda–, y además el primo Jaime empezó la carrera de Arquitectura pero no la acabó”. Entre los Estellés, hay varios químicos y médicos, “y también hay un bisnieto que es arquitecto técnico pero que no ejerció la profesión”, explica Peregrín.

“Yo no estudié Arquitectura pero me gusta como profana –añade Magda–; no entiendo un pimiento de cálculos ni de estructura, pero soy de las que voy por las ciudades y miró hacia arriba”.

Cálculos

Estellés recuerda haber hablado con su abuelo de los cálculos que tuvo que hacer “sin un ordenador, sin una hoja de cálculo”. “Nosotros (casi nunca hablaba de él, siempre decía nosotros), me contaba, hicimos unos precálculos; lo que es la parte de la estructura se contrató con contratista, pero ya habíamos hecho algunos cálculos, se supervisó y todo estaba bien”.

Cuando le contaba sobre la cimentación del edificio le decía: “Las pasamos canutas, porque al ser terreno ganado al mar había ahí agua, arena de playa, con la corrosión que provoca y tuvimos que meter bombas de achique; achicábamos, volvíamos al día siguiente y, otra vez igual, y venga a achicar”, recuerda que le contaba su abuelo.

Peregrín Estellés contaba a su nieto sus inquietudes de cara al futuro. “‘Me quedé preocupado siempre porque no sabemos cómo se va a comportar el hormigón al cabo de cien años’, me decía. Se murió en 1981 con aquello de qué pasaría porque el uso del hormigón era reciente, se empezó a meter en edificios en 1890 y, aunque iba armado, el hombre siempre estuvo un poco preocupado por este tema”.

Magda asiente y asegura que su abuelo era igual con todos sus edificios: “Mi madre siempre decía: ‘El abuelo durmió fatal porque hicieron la estructura y va a ir a primera hora de la mañana a ver si se ha mantenido’”.

En cuanto a lo que les produce el Pastor, Estellés asegura que es, junto con la Casa Barrié, su obra más significativa y que siempre que pasa por allí recuerda cuando su abuelo le contaba las penurias para calcular la estructura y los cimientos.

Tenreiro explica que trabajó allí dentro durante 23 años. “La oficina se mantiene pero las plantas son diáfanas, de oficina moderna, pero es un privilegio cómo se ha mantenido y en el perfil de La Coruña siempre sale y, si vienes en avión de noche, el edificio está iluminado y es una preciosidad”. “Yo estoy orgullosa de ser su nieta y de que gran parte de la obra de ellos se haya conservado”.