El primer ensanche: A Coruña nacida tras el derribo de la muralla de tierra
Un TFG de un alumno de Arquitectura analiza aquella expansión en ciernes de la que liderará al puerto

Incluso en el lapso de una vida humana, una ciudad puede cambiar mucho. Surgen avenidas, plazas, e incluso barrios enteros, se construyen parque y circunvalaciones, se cavan túneles y se levantan pasarelas. Si la perspectiva abarca varios siglos, entonces la ciudad se vuelve irreconocible. Esto pasa también con A Coruña, que durante mucho tiempo permaneció confinada al casco histórico y la Pescadería hasta que a mediados del siglo XIX se derribaron las murallas para crear lo que se conocería como el Ensanche. Hoy en día, más de 150 años después, este vuelve a ser el punto de partida de una segunda gran expansión, esta vez no por tierra, sino por mar, la que implica la urbanización de los muelles de la ciudad bajo el proyecto Coruña Marítima.
La primera expansión la conoce en detalle Luis Suárez de Centi Regueira, un joven de 24 años que el mes pasado presentó un Trabajo de Fin de Grado en la Escuela de Arquitectura que le valió un 9. Titulado ‘De la periferia a la centralidad. El primer ensanche de A Coruña’, Suárez traza un recorrido del urbanismo de la ciudad desde sus inicios pero centrándose en punto de inflexión que supuso el derribo de las viejas murallas de la ciudad, que se encontraban situadas en el istmo, justo a la altura de Juana de Vega.

En efecto: pocos de los que caminan a diario esta calle que une la plaza de Pontevedra con la de Mina se dan cuenta de la importante de esta vía, que sigue el paseo de ronda de las defensas de la Edad Moderna. En aquella época, los simples muros medievales habían sido sustituidas por un complejo trazado de tierra de fosos, glacis, revellines y baluartes, que trataba de eliminar puntos ciegos, desviar los disparos de cañón, y ofrecer una plataforma apropiada para la propia artillería.
Enclaustrada
Sin embargo, las mismas fortificaciones también suponían un obstáculo para los propios coruñeses, siglos después, cuando llegó el momento de echarlas abajo. “La ciudad se encontraba muy enclaustrada dentro de la Pescadería –explica Suárez–. Además, la Ley de Ensanche de Poblaciones de 1864 obligaba a todos los núcleos de más de 50.000 habitantes o a la capitales de provincia a planificar un crecimiento ordenado”. Para el estudiante de Arquitectura, la muralla “ya no aportaba mucho a la ciudad”. Pero también, claro, estaban las oportunidades derivadas del aprovechamiento del terreno. Muchos querían hacer dinero a base de la construcción, tanto como hoy, o más. “Había mucha presión urbanística y un montón de gente interesada”, resume Suárez. Algunas ciudades como Lugo o Ávila pudieron salvar sus viejas fortificaciones, pero no fue el caso de A Coruña, mucho más encorsetada por su situación en una península.

Cualquiera que haya caminado por la Ciudad Vieja, que contaba con su propia muralla, puede obtener un atisbo de lo que era el urbanismo medieval. El istmo, por sus propias limitaciones, obligaba a calles largas y paralelas, como la de San Andrés, que siempre tuvo ese trazado. Pero tierra adentro era territorio desconocido. Una gran parte de los terrenos del futuro ensanche pertenecían al Ministerio de la Guerra, mientras que otros eran de particulares: huertas y casas de remo. Este término se refería a un tipo de edificios típicas del siglo XIX y principios del XX. La principal característica de estas casas de pescadores era su estrechez y tenía su origen en la medida que se utilizaba y que era la que les daba nombre: el remo de una trainera.
En la década de 1860 se producen sendos derribos de las murallas de la ciudad. En un primer momento se tiraron las de la Ciudad Vieja, lo que permitió la unión de la Pescadería con la ciudad primigenia a través de la creación de la plaza del Derribo que un día sería rebautizada como plaza de María Pita.
Tras numerosos intentos por parte del Ayuntamiento de la ciudad, este obtiene la autorización del Ministerio de Guerra para el derribo de las murallas de Tierra mediante la Real Orden de 28 de abril de 1868 en la que se autorizaba el derribo del cuerpo central de la fortificación, entre el Caramanchón y el baluarte de San Carlos. Las obras de demolición comenzarán el 13 de mayo de 1869.
De esta forma, en 1880 y tras varios proyectos, se organiza el Concurso para el Primer Ensanche de A Coruña. En 1885, el arquitecto municipal Juan de Ciórraga presenta el nuevo plano del ensanche, basado en un proyecto anterior, y que definían como iba a ser el urbanismo en lo que por aquel entonces se llamaba el Campo de Carballo y las Huertas de Garás hasta el Camino Nuevo, hoy conocido como calle Juan Flórez.
Los hitos
En ese nuevo plano se pueden descubrir algunos de los hitos que hoy en día componen el Ensanche, como la disposición el Instituto de Segunda Enseñanza (más conocido como Eusebio da Guarda), en los terrenos del antiguo baluarte del Caramanchón. También se modificaba la unión en la plaza de Ourense de las vías que ordenaban en Ensanche.
Tiempo después de estos cambios, la Corporación Municipal, en 1891, tramita una nueva modificación de uso de la plaza pública que se proyectaba en las proximidades a la plaza de Lugo convirtiéndola en una manzana totalmente edificable, colmatando la zona con nuevos inmuebles.
Para Suárez, este primer Ensanche es clave para entender el desarrollo de la ciudad, la clave del pasado, igual que el desarrollo de muelles como el de Calvo Sotelo o San Diego va a definir el futuro. “Los dos parten del mismo punto, así unimos los dos ensanches”, explica el arquitecto en ciernes.
En cuanto a la vieja muralla, ya olvidada por todos, lo único que queda de ella es la Coraza, que divide la playa del Orzán de Riazor. Un mudo testimonio de que si no se le puede poner puertas al campo, tampoco se las puede poner a la ciudad.