En las democracias consolidas la política es un oficio más. Un oficio en el que no pocos ciudadanos que entran en los partidos políticos ven en estas organizaciones las plataformas idóneas para ganarse la vida y prosperar en la sociedad. Siempre hay alguna excepción pero por lo general los ideales, como los paraguas en los días de lluvia, se dejan a la entrada de las sedes de los partidos.
Una vez dentro de un partido, para medrar sólo se necesita astucia para otear la dirección del viento, facilidad para cambiar de posición y plena disposición para acudir en socorro del jefe político de turno. Si nos atenemos a su currículum y escasa o incluso nula experiencia laboral, unos cuantos entre los dirigentes políticos actuales nunca habrían encontrado un empleo socialmente tan reconocido y tan espléndidamente retribuido. Algunos incluso se sientan en el Consejo de Ministros. Otros, merced a las listas cerradas, han conseguido actas de diputado.
Los partidos políticos actúan como empresas cuyo fin primordial es alcanzar el poder. Son estructuras desde las que desarrollan proyectos e ideas que más allá de las proclama oficiales , en realidad, tienen como principal objetivo perpetuarse en el poder o escalarlo. Son miles los ciudadanos que viven de la política. Por eso –salvo excepciones– recelan de los medios de comunicación independientes, ven a la Prensa libre como un enemigo.
La campaña desplegada por algunos dirigentes de Podemos contra medios y periodistas que no les bailan el agua es un ejemplo que delata hasta dónde puede llegar ese recelo. ¿Por qué les disgustan las críticas o las noticias que descubren hechos o situaciones que les dejan en mal lugar ante la opinión pública? La respuesta es sencilla pero no hay que buscarla en el mundo de la ideología. Son los intereses. Se enfadan porque intuyen que peligra el negocio. El negocio de la política. Porque ahora ya forman parte de la casta.