LOS PACIENTES IMPACIENTES DE MI BARRIO

En uno de mis viajes a Madrid para estar con la familia, y ya de regreso a Coruña, recurro a la radio en busca de algún programa que me haga el retorno más placentero. Y entre tanto zapear, me encuentro a una dicharachera mujer que habla con mucha simpatía de sus múltiples anécdotas al frente de la farmacia que ella regenta a pocos kilómetros de Madrid. Sus historias me acaban atrapando. Se trata de Marián García, una manchega doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid, con grado de Nutrición Humana y Dietética y diplomada en Óptica y Optometría. La “Boti” García, como cariñosamente le apodan sus clientes, nos relata en su libro “El paciente impaciente”, muchas de las disparatadas experiencias que la autora vive con su bata blanca al otro lado del mostrador.
Y entre todo este mundillo de anécdotas y pacientes impacientes, no me lo pensé dos veces y acudí a la farmacia de mi barrio, donde las farmacéuticas María, Adela y Silvia se sorprenden cuando les demando algún chascarrillo o suceso que ellas hayan vivido en primera persona con la idea de compaginar sus historias con las de Marián García. Con la amabilidad que siempre les caracteriza, se ponen a ello. Las hay de todo tipo. Pero destacaría, entre otras muchas, una que me parece escalofriante. Un señor que entra en la farmacia y pregunta: “¿A ti qué te parece si me suicido?” La boticaria se quedó perpleja. A base de buenas palabras y fomentando la amabilidad, la profesional, con una sonrisa y frases complacientes que resultaron de gran utilidad, consiguió que aquel buen hombre se marchase del lugar con sensaciones más positivas. También una paisana que quería un envase “pa Paulina” cuando lo que quería resultaba ser “para la orina”. O una octogenaria, que acababa de quedarse viuda, solicitaba un consolador. La que llega allí pidiendo tiras “radioactivas” en lugar de “reactivas”. Como quien pregunta si los preservativos se pueden lavar y reutilizar. Como el despistado caballero que sufría al ponerse un supositorio porque lo introducía  sin quitarle el blíster protector.
En definitiva, en una farmacia, lógicamente, te puedes encontrar con un público variopinto que te puede hacer la jornada muy llevadera o calamitosa. Es ahí donde entra la habilidad y sensibilidad de quien imparte su magisterio sobre una clientela fiel de pacientes despistados o desorientados y entregada a la sabiduría humana de los profesionales de la botica, en los que confiamos y nos demuestran en el día a día que siempre estamos en buenas manos.

LOS PACIENTES IMPACIENTES DE MI BARRIO

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