Sumidos en la indefinición

Al Partido Socialista le ocurre, en la política, lo que al Atlético de Madrid en el fútbol: que como el sistema mediático tiene puesto el foco –y no lo quita– en sus respectivos principales adversarios, los malos resultados de uno y otro pasan un tanto inadvertidos. Del reciente partido del Calderón, por ejemplo, se ha cuestionado hasta la saciedad que el Real Madrid no rozara la excelencia, pero apenas nada se ha comentado del más que mejorable encuentro que pudieron haber hecho los propietarios del terreno. 
Pues bien, en la resaca postelectoral que vivimos sucede algo parecido: desde el primer momento el zoom mediático fijó el primer plano en los malos resultados del PP en Cataluña, permitiendo así al PSOE esconder sus pérdidas –nunca ha tenido menos diputados- y, sobre todo, el varapalo sufrido en lo que hasta ahora siempre ha sido su gran feudo: el llamado cinturón rojo o área metropolitana de Barcelona, donde la marca catalana de la socialdemocracia hispana sólo logró imponerse en dos de los grandes municipios, fue segundo en cuatro y no pasó de tercero en once de ellos.
Gran beneficiado de la fijación mediática está siendo Ciudadanos, al que se le ha considerado vencedor moral de las elecciones. No obstante, habrá que recordar que aun jugando en casa y contando en el campo constitucionalista con todo a su favor, en las catalanas del 27-S el partido de Albert Rivera no se llevó en el conjunto de la comunidad más allá del 17,9 por ciento de los votos y que en ninguna de las cuatro grandes circunscripciones alcanzó al 20 por ciento. Y no eran primerizos allí.
Cierto es también que en los grandes reductos del nacionalismo, como las provincias de Lleida y Girona, Ciudadanos no ha pasado del 12,5 de los sufragios y que, al final, quienes van a desbaratar la hoja de ruta del independentismo y el futuro político de Artur Mas no serán ellos –no son decisivos para nada–, sino la ultraizquierdista CUP. Ya en las autonómicas de mayo el balance a nivel nacional fue más que discreto.
Cuidando hasta el extremo su imagen y plácidamente mecido como sigue por el sistema mediático, Albert Rivera ha vivido hasta ahora de su indefinición. De momento le va bien. Pero algún día le tocará abandonar las grandes proclamas, dejar de autopresentarse como el ángel exterminador del bipartidismo y bajar al mundo concreto de la política. 
Tal indefinición, sumada a las contradicciones e inconsecuencias en los pactos suscritos por sus barones territoriales, están afianzando la percepción de que un voto a Ciudadanos en las generales de diciembre puede terminar en cualquier sitio. No cabe justificarlo alegando el supuesto carácter centrista del partido. En política, el centro no es sinónimo de equidistancia. 

Sumidos en la indefinición

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