La soledad de Rita Barberá

Lo ha dicho con toda crudeza uno de sus familiares cercanos: “Rita ha muerto de pena. Y la principal aportación en ese sentido la han hecho los suyos”. La verdad es que a cualquier observador le ponía los pelos de punta la frialdad o, mejor, la falta de solidaridad y valentía con que los portavoces oficiales del PP se desmarcaban de la que había sido una de las figuras emblemáticas del partido cuando esta, hace unos días, cruzaba la puerta del Supremo para declarar como investigada en una causa aparentemente menor. Una causa que apuntaba al archivo por parte del alto tribunal ante la endeblez de las pruebas incriminatorias.
“Rita –dijo lacónicamente el vicesecretario de Comunicación, Pablo Casado– ya no es del partido. No tenemos nada que comentar al respecto”. Ni una alusión siquiera al derecho a la presunción de inocencia ni a la suerte procesal que resultaba elemental desearle. Nadie del PP estuvo a su lado en la comparecencia judicial. Prácticamente todos callaron y desaparecieron por miedo a sentirse políticamente contaminados. Todos o casi todos quisieron quitarse la controversia de encima cuanto antes.
Ahora lloran a la compañera fallecida y musitan lo que tenían que haber proclamado mucho tiempo antes. Nada nuevo. Porque de sobra son conocidas las carencias del PP a la hora de defender a los suyos y la facilidad con que da un paso atrás al primer empujón. Mucha autocrítica deberían hacer al respecto.
Y hablo de casi todos porque alguna excepción hubo, como la del expresidente del partido y del Gobierno, José María Aznar, quien con todo acierto ha lamentado que la exalcaldesa haya muerto habiendo sido excluida del partido al que había dedicado su vida y antes de haber podido restablecer ante la Justicia su buen nombre.
Rita Barberá ha muerto, sí, de un infarto brutal. Pero no en menor medida por la soledad, como apunto, en que la dejó el partido de toda su vida y por el calvario político, social, judicial y mediático padecido a lo largo del último año y medio. De asesinato civil lo ha calificado el exalcalde de A Coruña Francisco Vázquez.
La bestia negra de la izquierda regional y local venía siendo objeto de un juicio paralelo en el que habían saltado por los aires todas las garantías procesales que deslindan la investigación judicial del linchamiento público. Y no solo por parte de las nuevas formaciones populistas. Ha sido víctima de unos comportamientos impropios de un Estado de derecho; de una pseudojusticia que se exacerba hasta extremos insospechables –todo hay que decirlo– cuando del Partido Popular se trata. Tampoco nada nuevo. Porque conocida es la doble vara de medir que para este y sus gentes se aplica.

La soledad de Rita Barberá

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