PRESIDENCIA EPISCOPAL DE TRANSICIÓN

De hacer caso a la opinión publicada, la noticia no ha estado tanto en la elección de monseñor Blázquez como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal (CEE) cuanto en el fin de mandato de monseñor Rouco Varela al frente a los obispos españoles. Con el primero de ellos ganó el candidato previsto. Con el segundo deja la presidencia de la CEE la voz de la Iglesia en nuestro país durante las últimas décadas.
El nuevo presidente tiene 72 años. Su recorrido será, pues, para un solo mandato, pues por medio ha de producirse su renuncia ante el Papa por haber llegado al límite de edad como titular de la diócesis que en ese momento ocupe. Será, pues, una presidencia de transición, marcada también por una cierta continuidad, pues no en balde monseñor Blázquez venía siendo vicepresidente de la Conferencia. Nada, pues, en principio de revolución en el seno de la CEE.
En realidad, los perfiles de uno y otro no son tan antagónicos, sino más bien lo contrario. Alumnos los dos en su tiempo de distintas Universidades alemanas, sus carreras y menesteres apostólicos han coincidido en muchos puntos, tanto en Salamanca, como en Santiago  y en la propia Conferencia Episcopal.
Tal vez los distinga un poco su respectivo talante. Monseñor Blázquez pasa por ser una persona afable, tranquila, de perfil bajo; un hombre de consenso, que evita las confrontaciones innecesarias.  El vilalbés monseñor Rouco  presenta, sin embargo, una personalidad más acusada, persistente en sus ideas y difícil de batir en el ámbito que le corresponde, lo cual no es algo bien visto en una sociedad como la nuestra no líquida, sino ya gaseosa, donde todo vale  y donde a  la coherencia se le llama intransigencia.
De hecho, el prelado gallego  quiso el martes despedirse de la Conferencia Episcopal con lo que podría decirse su discurso de tantas veces. Un discurso a imagen de lo que ha sido su carrera. Sin temor ni  cortapisas. Así, por ejemplo, no dudó en alertar del riesgo que corre la nación española ante “posibles rupturas”.  Tampoco faltó su defensa de la familia y su llamada a la misión, lo que ha hecho de Madrid –dicen los expertos- una de las diócesis con más vitalidad de la vieja Europa.
El tiempo hará justicia con monseñor Rouco Varela, que no ha dejado indiferente a nadie para bien o para mal. Tan querido por sus fieles como odiado por una izquierda que le ha llenado de improperios,  unos le criticarán su línea firme y otros destacarán de él el haber dejado una diócesis muy trabajada pastoralmente. Él,  por su parte,  se habrá ido con la tranquilidad de quien en conciencia ha defendido lo que creía defendible.

PRESIDENCIA EPISCOPAL DE TRANSICIÓN

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