A pesar de la calle

Debe de ser más que complicado gobernar con la calle en contra. Por muy dura que sea, a la oposición parlamentaria se la maneja mejor, dicho sea en el sentido de que siempre cabe la negociación y el acercamiento. Pero con las calles humeantes un día sí y otro también, el mobiliario urbano destrozado y  los medios dando cuenta exhaustiva de violentas refriegas con las fuerzas de seguridad, un Gobierno tiene que estar muy convencido de la necesidad y bondad de su propuesta y ser firme de talante para no sucumbir a la tentación de dar un paso atrás. Unos resisten y otros no. 
Entre los primeros está el gobierno socialista de Hollande/Valls, en Francia. Lleva tres meses de fuerte oposición en la calle y en la Asamblea Nacional (cinco mil enmiendas presentadas y moción de censura incluida) a propósito de la reforma laboral propuesta, la más importante y contestada de la legislatura en el país vecino. En relación con el texto original suavizó inicialmente algunos extremos. Pero la Francia social y sindical siguió en pie de guerra  y las propias filas socialistas continuaron –y continúan-  divididas.  
Al final, no le ha quedado más remedio que aprobar la nueva ley por decreto del primer ministro, un procedimiento extraordinario, pero previsto en la Constitución. Y ha mantenido dos de los principios rechazados de plano por los poderosos sindicatos que por entender que la reforma, reclamada también por Bruselas, era necesaria para salir del hoyo depresivo en que se encuentra  la economía, con deuda y paro en alza.
Es la segunda vez que en esta legislatura el Gobierno recurre a tan excepcional mecanismo. Ya lo hizo con la llamada ley Macron, de liberalización económica. En otras controversias  de cierto calado ha dado el paso atrás, como en la pretendida retirada de la nacionalidad francesa a terroristas que la tuvieran. Pero en esta y otras no menores ha mantenido el pulso firme. Y eso que a un año vista tiene las elecciones presidenciales.
Aquí, sin embargo, en nuestros lares sucede algo bien distinto. Aquí los ministros que caen en el fragor de la batalla parlamentaria, callejera o mediática  -cuando la izquierda las maneja suelen ir juntas- son sustituidos por otros  cuya tarea termina centrándose en derruir la labor de su antecesor y acabar así con las polémicas. Ha sucedido con los tándems Alonso/Ana Mato, Catalá/Ruiz Gallardón y Wert/Méndez de Vigo. 
La actuación de este último con la LOMCE y sus reválidas pasará a los anales de la debilidad política. La pretendida reforma educativa quedará en nada. Como tantas otras que el Gobierno Rajoy ha ido deshuesando con el paso del tiempo. La única en la que puso mayor empeño –la laboral- se la han ido cargando los jueces.

A pesar de la calle

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