Paz o capitulación

Justicia o claudicación. Paz  o capitulación. Es el dilema que divide y al que hoy se enfrentan los colombianos para decidir en plebiscito si sigue adelante o no el acuerdo entre el presidente Santos en nombre del Estado y el jefe máximo de la narcoguerrilla de las FARC, el conocido como Timochenko. 
Ambos suscribieron hace unos días un documento de 297 páginas –una Constitución blindada– por el que, después de casi un lustro de negociaciones, se dan por terminados cincuenta y dos años de lucha armada; el conflicto más longevo de las Américas, que ha dejado en torno a un cuarto de millón de muertos documentados, cerca de siete millones de desplazados internos, más de 25.000 desapariciones forzosas y alrededor de 30.000 secuestros, entre otras espeluznantes cifras también difíciles de determinar con exactitud.
En principio, el texto permite una salida digna a los últimos guerrilleros (unos siete mil cuando en los momentos álgidos llegaron a los veinte mil), encauza y respalda sus aspiraciones políticas (ayudas al partido en gestación y hasta asignación al margen de las urnas de al menos cinco escaños en cada una de las dos Cámaras en las próximas legislaturas), y establece mecanismos judiciales para juzgar a los elementos más sanguinarios. El papel, como se sabe, lo aguanta todo. Pero las víctimas dudan de que, especialmente en este último aspecto, así vaya a suceder. 
Cierto es que ante tanto crimen con limitado castigo resulta harto problemático trazar la adecuada línea entre la paz y la justicia; que ningún tratado de paz es perfecto y menos en una confrontación de tales dimensiones; que lo óptimo es enemigo de lo bueno, y que el dilema al que se enfrenta el país se resume en una posibilidad de paz frente a la certeza de más guerra y la prolongación del conflicto. Es la invocación al posibilismo. 
A otros, sin embargo, con los expresidentes Uribe y Pastrana a la cabeza, les parece que en el acuerdo se han hecho demasiadas concesiones a la guerrilla marxista; que mucho crimen va a quedar impune, y que el tratado borra la línea entre víctimas y victimarios. Temen que el sueño de la paz derive en grave pesadilla.
Se trata, a su juicio, de toda una rendición ante las FARC, que seguirán disponiendo de un  poder económico y un control territorial enormes. Se acaban como guerrilla, pero continuarán como cártel. No habrá extradiciones de narcos ni fumigación de plantaciones de coca. 
Si el plebiscito respalda el pacto como parece (basta un apoyo del 13% del censo electoral), la reconciliación nacional será el gran reto pendiente. Colombia, en todo caso, ha tomado un incierto camino del que sólo a la vuelta de unos años sabremos si fue acertado.  

Paz o capitulación

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