Panorama desolador

Semanas antes de las elecciones catalanas de diciembre más de un voz cualificada no salía de su asombro ante el hecho de que unos golpistas consumados pudieran volver a presentarse como candidatos sin haberse celebrado juicio y haber obtenido sentencia favorable. 
En línea parecida de reflexión, por aquellas mismas fechas otros planteaban si no sería desacertada una nueva convocatoria electoral antes de que los Tribunales determinaran, en su caso con la mayor urgencia, quiénes por haber propiciado el golpe de Estado habrían de quedar inhabilitados para participar en la misma. 
Lo que, no obstante, ni unos ni otros pensaban entonces era que el juez Llarena iba a desentenderse del contexto electoral de la manera y rotundidad con que lo ha hecho  y a abstraerse de conveniencias y criterios de oportunidad. Pero el instructor no sólo no paró su reloj, sino que le dio cuerda hasta velocidades poco conocidas en nuestros Tribunales. 
La resultante ha sido que auto de procesamiento y cárcel sin fianza para los golpistas han llegado en explosiva coincidencia con el problemático intento de investidura de un nuevo presidente para una intervenida comunidad que lleva tres meses largos sin Gobierno. 
Justicia y política, a la vez. El tiempo ha venido, pues, a dar la razón tanto a quienes veían problemático no sustanciar con preferencia al menos el grueso de la primera  como a quienes consideraron prematura la convocatoria electoral de diciembre. Una cita con las urnas demasiado próxima  a los sucesos de septiembre/octubre y llamada, por tanto, como así fue, a reproducir el reparto de fuerzas existentes y a mantener vivo y más crispado aún el reto independentista. Pero todos, aunque por diversas motivos, tenían prisa por salir del avispero y levantar el 155 con un Gobierno recompuesto. Peor no les ha podido salir.
Para los independentistas tiene que ser terrible asomarse estos días al campo de batalla y contemplar la desolación reinante. La verdad es que peor no lo han podido hacer. En realidad toda su clase política han desaparecido: unos, en la cárcel; otros, en el exilio voluntario, perseguidos por una euroorden de detención y sin apoyo exterior ninguno; otros, retirados voluntariamente de la vida pública. 
Una clase política, como bien se ha dicho, que había perdido el sentido de la realidad creyendo que les iba a salir gratis o no muy caro plantear a todo un Estado el desafío de una independencia que iba contra la Constitución y contra la propia esencia de Europa a la que decían querer volver a incorporarse luego de la pretendida escisión. 
El panorama, como digo, no puede ser más desalentador para los promotores de un proceso que ha dividido a la comunidad en dos sectores irreconciliables, que ha estado a punto de hundirla económicamente y que han mentido miserablemente a la ciudadanía. El tinglado se les ha venido abajo como un decorado de cartón piedra.

 

Panorama desolador

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