El pacto fallido

Tengo para mí que ni el propio Mariano Rajoy se creía su guiño a Albert Rivera cuando en la primera tanda del debate de investidura le trasladó su confianza en unas buenas relaciones mutuas e incluso la perspectiva de llegar algún día a ser amigos. No creo que así suceda. Porque aquello, en verdad, no fue más que una liviana carantoña de cariño, compensatoria tal vez de la deliberada distancia de la jornada anterior. Y por si alguna duda quedaba, el último compás del viernes arruinó tan gratuita esperanza.  
Y es que al presidente del PP y del Gobierno en funciones no le gustan nada los salvadores de la patria; los maniqueos que desde una más que modesta representación parlamentaria e institucional a la baja reparten a izquierda y derecha credenciales de solvencia. Antes que ellos, el caos; después de ellos, la luz iluminadora.
Por eso quizás, al modo de lo sucedido con Rosa Díez, la exdirigente de UPyD, no ha habido nunca ni hay empatía política y personal entre MR y AR. Ahora, por aquello de que ha de hacer de la necesidad, virtud, el primero lo disimula un poco, pero nada más. El portavoz Rafael Hernando no se anduvo con tantos remilgos.
Quien desde luego no ha disimulado nada ha sido Rivera. No cree ni se fía de Rajoy. Este es lo malo dentro de lo peor. Lo ha dicho y repetido no ya desde el altavoz de un mitin, sino desde la caja de resonancia que suponen el Congreso y el debate de investidura. Con socios así no hacen falta enemigos.
Y no sólo eso: es que, además, ha azuzado al PSOE no para formar un Gobierno estable y una legislatura fructífera, sino para todo lo contrario. Pocos socios mundo adelante habrán descalificado de tal forma al colega o compañero con el que acaban de firmar un acuerdo. No creo, en definitiva, que estos hayan sido los momentos más adecuados para marcar tantas y tales distancias, por otra parte, harto conocidas.
Por lo demás, el documento suscrito entre el PP y C’s tuvo sentido como elemento de presión sobre el Partido Socialista para ver si éste se avenía revisar su cerril negativa, por aquello de que cien de los ciento cincuenta compromisos para –supuestamente– mejorar España habían figurado ya en el programa de la fallida investidura de Pedro Sánchez. Y por aquello de que el papel lo aguanta todo. 
Pero especialmente para el Partido Popular el pacto en cuestión resulta infumable en no pocos y sustanciales aspectos. Me da, pues, la impresión de que el PP se ha dejado demasiados pelos en la gatera en un acuerdo en que Ciudadanos ha ganado excesivo protagonismo. Esperemos, como parece, que caduque pronto.

El pacto fallido

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