NOSTALGIA DE UN TIEMPO MEJOR

A varias jornadas ya de las honras fúnebres celebradas, poco o nada nuevo se puede decir a estas alturas sobre el que fue el gran artífice de la Transición, Adolfo Suárez; del dirigente que ninguneado por la clase política, desdeñado por gran parte de los medios y abandonado por los electores sólo a la hora de la muerte ha tenido el reconocimiento que en vida se le negó y que merecía.
Sí me gustaría, no obstante, poner de relieve  el multitudinario homenaje recibido no tanto por la clase política cuanto por esos miles y miles de ciudadanos que han esperado horas y horas para poderle dar su último adiós en la capilla ardiente, y de esos otros miles y miles que han hecho lo propio con su presencia en las calles por donde pasaba el cortejo fúnebre.
Unos y otros han puesto en evidencia algo muy por encima de los propios acontecimientos. Unos lo han manifestado con toda claridad. Otros los han dejado entrever sin demasiadas vueltas. Y  como no me gusta generalizar porque suele resultar injusto, no voy a decir que esa nutrida y silenciosa presencia ciudadana haya significado una pública moción de censura   contra la clase política actual, tan apartada a grandes rasgos de los valores que Adolfo Suárez encarnó. Pero sí diré que ha supuesto una añoranza, una nostalgia  de un perdido tiempo mejor; una evocación de un líder  honesto y de una manera muy distinta de hacer política.
No son tiempos equiparables aquéllos a éstos. La democracia consolidada es un régimen de normalidad cuyo mejor síntoma de salud es la confrontación de ideas y programas. Pero tal vez nosotros tampoco seamos los de entonces. Porque aquel pueblo recién despertado a la esperanza se ha transformado en una sociedad vulnerable, escéptica y desarticulada.
En una sociedad no ya líquida, en expresión del sociólogo Bauman, sino incluso gaseosa, donde todo vale y donde se han diluido las fronteras entre lo bueno y lo malo, han dejado de estar vigentes las convicciones, el compromiso y los valores absolutos. Pedir, pues, que en un país de tallas cortas surjan gigantes, líderes y personajes de referencia es como pedir peras al olmo; es decir, un imposible. Y sucede así no sólo en el mundo de la política.
En medio de la crisis la sociedad española se ha sentido y se siente,  en efecto, huérfana de liderazgos y de ejemplaridades. Pero quiero pensar que  los árboles no nos están dejando ver el bosque; que procede dejar correr el tiempo para que la Historia vaya dejando personas y cosas en su justo sitio y dimensión. Como de alguna manera ha sucedido con Adolfo Suárez: que sólo pasados los años ha tenido –como digo– el reconocimiento que merecía.

NOSTALGIA DE UN TIEMPO MEJOR

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