UN "NO" MÁS QUE PREVISIBLE

Después del bronco debate televisivo  no creo que Rajoy y Sánchez esperaran volver a verse tan pronto las caras. Pero la vida o, mejor, las urnas mandan y uno y otro han hecho de la necesidad virtud para tratar de resolver el embrollo que dejaron las elecciones. Hemos entrado, pues, en un largo y complejo tiempo de negociaciones a varias bandas y a varias agendas donde no van de faltar  las especulaciones gratuitas, las intoxicaciones informativas deliberadas y las deslealtades de los de siempre.
Si ya en procesos anteriores mucho menos complicados las conversaciones para echar a andar la legislatura se prolongaban cerca de los dos meses, ahora no podrá ser de otra manera por la endiablada aritmética parlamentaria  que concurre. Y no sólo por eso, sino también porque, en el fondo, al igual que en los inicios de la primera Transición se dilucidaba entre reforma o ruptura, en estos albores de la llamada segunda Transición va a ocurrir un poco lo mismo. O si se prefiere, peor, habida cuenta del amplio hueco que en el segundo término del dilema han abierto Podemos y su independentismo nacionalista. 
Sin perder tiempo, Rajoy se puso a la tarea de aunar voluntades como ganador que fue de las elecciones. Su opción favorita –y la del poder económico– era llegar a un acuerdo con el PSOE y Ciudadanos para formar un gobierno lo más estable posible. Pero como era de esperar, ha pinchado en hueso a las primeras de cambio con el Partido Socialista, que ya había iniciado sus maniobras de intoxicación, despiste y camuflaje, en las que es un verdadero maestro. 
Resultó en su momento sorprendente que, en medio de la oscuridad del recuento electoral, ya cualificados portavoces socialistas dijeran que “lo único claro” era que no apoyarían al PP.  Y así lo han confirmado en días posteriores barones territoriales de alto nivel e influencia como Susana Díaz y hasta el propio Sánchez con toda rotundidad tras su fugaz paso por Moncloa. 
Pero no conviene despistarse: no se trata de un problema “Mariano sí/Mariano no”, como si de un asunto personal se tratara, sino de un “PP/derecha no”. Es el  tradicional y antidemocrático veto que el PSOE y la izquierda aplican sin contemplaciones y de entrada al Partido Popular.
Como a otra mucha gente me hubiera sorprendido que el Partido Socialista hubiese dejado pasar esta ocasión para desalojar del poder a la derecha, de lo que ha vivido casi desde su fundación. Me costaba también creer que se llegara a una repetición de las elecciones. Pero en el horizonte se adivina un acuerdo Sánchez/Iglesias. Muy seguramente, uno y otro se las arreglarán  para volver incoloras e inodoras las rayas moradas y rojas de las que presumen.

UN "NO" MÁS QUE PREVISIBLE

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