Sin mayores sorpresas

Apesar de la imagen de imprevisible que acompaña a Rajoy, hay que reconocer que en esta ocasión no ha hecho honor a su fama. Esta vez  todo  se desarrolló según lo más o menos conjeturable. Las quinielas, por tanto,  no erraron demasiado. La composición del nuevo Gobierno llegó puntual a la hora anunciada y las sorpresas resultaron escasas: los desahuciados salieron, los pesos pesados fueron renovados y los recién llegados no son unos perfectos desconocidos, sino todo lo contrario. 
Para su segunda legislatura en Moncloa, Rajoy se ha rodeado de un equipo compacto y de peso,  por mucho que la oposición política y mediática se resistan a reconocerlo. Un equipo –en el buen sentido- muy del PP,  en consonancia  con la idea de relativa continuidad que el presidente marcó en el debate de investidura: consolidar lo obtenido y continuar mejorando, pero  sin  derruir la propia obra.  Renovación  de caras –seis de trece–, pero no de grandes políticas, al menos en lo económico. 
El chip habrá de ser necesariamente distinto, habida cuenta de la intensa labor negociadora precisa para sacar las reformas pendientes y el cumplimiento del pacto  con Ciudadanos. Y tengo para mí que, en relación con el partido de Albert Rivera, Rajoy y el Partido Popular se han pillado excesivamente los dedos y que en grandes cuestiones va a ser más difícil entenderse con aquéllos que con el propio Partido Socialista. 
Entre el PP y C’s, o si se prefiere, entre Rajoy y Rivera, no existe mayor empatía.  La actitud exigente de éste, impropia de un socio leal,  y el continuo  voceado desprecio político a Rajoy no van a ser fáciles de manejar. No obstante, la presencia en el Gobierno de tres miembros del equipo negociador   (Báñez, Nadal y Dolors Montserrat) ha sido interpretada como un guiño al teórico principal aliado en las Cámaras legislativas. 
Tras su silencioso paso por Educación, emerge como peso pesado el nuevo portavoz gubernamental: Íñigo Méndez de Vigo. So pretexto de pacificar las revueltas aguas del sector, su gestión al frente del caserón de Alcalá 34 se ha reducido en realidad a terminar con la tarea de su predecesor  y a ceder a las pretensiones del lobby en que se han convertido los rectores universitarios y las Apas de centros públicos controladas por la izquierda. Ultimo ejemplo: la liquidación de las reválidas.
Sin dejar el Ministerio, ahora le espera muy otra tarea.  Para bien o para mal, el éxito o fracaso del pacto educativo previsto  no le corresponderá en exclusiva, aunque en el peor de los casos muchos intentarán cargarlo contra sus espaldas. Habrá  de ser, con todo, el rostro amable que  justifique eventuales consensos. Lo cual, en ocasiones, no va a resultar nada fácil. 

Sin mayores sorpresas

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