Más teoría que práctica

Un estudiante japonés de secundaria superior tiene un nivel de competencias similar al de un graduado universitario español. Esta fue uno de las situaciones más llamativas que el secretario general de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico), Angel Gurría, comentó hace poco en la presentación del informe anual de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CyD); entidad que, presidida por Ana Patricia Botín, vela por la contribución de las Universidades españolas al progreso económico y social del país.
Unas Universidades, por cierto, que en su haber pueden hacer gala de que aportan uno de cada cuatro euros al gesto total español en I+D; que proporcionan más de la mitad del total de investigadores de nuestro país; que de forma sostenida han duplicado en los últimos años el número de solicitudes de patentes, y que muestran una buena dinámica de colaboración en la creación de empresas.
En este ámbito último el informe dedica un apartado a la cátedra Inditex de Responsabilidad social, de la Universidad da Coruña, como experiencia de esa colaboración universidad – empresa.
Pero se trata también de unas Universidades que presentan no pocas deficiencias, muy especialmente en relación con el empleo. Este es un mal  del que adolece todo el sistema educativo español  -no sólo el universitario-, y al que la nueva LOMCE se propone prestar la debida atención ya desde las primeras etapas. Se trataría de pasar de un sistema teórico en exceso a otro pensado más en las salidas laborales.  
Todo ello no obstante,  se constata la paradoja de que uno de cada tres titulados universitarios españoles está empleado en un trabajo por debajo de su cualificación. Es decir, que terminan una carrera y luego consiguen un trabajo para el que no precisaban tales estudios. Los campus alegan que el desfase no se debe tanto a un problema de exceso de formación, sino a la crisis y a la falta de empleo.
Pero al tiempo, y recogiendo datos del informe Mckinsey sobre inserción de los jóvenes europeos en el mercado laboral,  muchas empresas se quejan de que, cuando precisan trabajadores, no encuentran en los candidatos las competencias y habilidades necesarias. Y esta falta de capacidades viene resultando clave a la hora de dejar vacantes desiertas.  
Hay que precisar, no obstante, que el descontento de los empleadores se centra de forma especial en la falta de las llamadas habilidades soft, tales como el trabajo en equipo, destreza comunicativa, ética del trabajo, o resolución de problemas y capacidad de análisis. En el caso español, ésta y el dominio del inglés son las capacidades en que los empleadores notan un mayor desajuste entre el nivel que poseen los recién contratados y el que ellos necesitan. Esto es: no falla la teoría; falla la práctica.

Más teoría que práctica

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