LAMENTOS TARDÍOS

Creo que fue Esperanza Aguirre quien poco después del triunfo del Partido Popular en las generales de hace cuatro años recomendó a Rajoy hacer pronto y en caliente las principales reformas prometidas. No le faltaba –en esto– razón. Los grandes cambios hay que hacerlos cuando los vencidos están concentrados en lamerse las heridas de la derrota. Y cuando la opinión pública todavía mantiene fresca una cierta sintonía con el ganador. Este, por su parte,  ofrece con ello una imagen de decisión y de atención a sus votantes.
No lo hizo así Mariano Rajoy. Se centró en la recuperación económica. Acometió, sí, importantes reformas estructurales en otros ámbitos de gobierno, pero tal vez por el miedo a levantar demasiadas ampollas, dejó no pocas de ellas a mitad de camino. La única en la que puso mayor énfasis y diligencia fue la reforma laboral, que, ahora, se están cargando los jueces.
Hubo otras que no abordó porque no quiso. Por disensiones internas, por un calculismo electoral que se ha revelado equivocado, por hacer guiños a la oposición o por lo que haya sido. La reforma del la ley del aborto y de la despolitización de la Justicia pueden ser los episodios más reseñables.
Pero no, por supuesto, los únicos. En el programa electoral con que el PP ganó por mayoría absoluta las generales de 2011 (la más amplia, por cierto, de cuantas desde 1977 se han registrado) figuraba también el propósito siguiente: “Promoveremos la reforma del sistema electoral municipal para respetar la voluntad mayoritaria de los vecinos garantizando, al mismo tiempo, la estabilidad de los ayuntamientos”. Página 174 del documento en cuestión.
Inexplicablemente, nada de ello se ha llevado a cabo. Como mucho, algún amago tardío. Y ahora el Partido Popular se encuentra con que por mor de los pactos postelectorales entre perdedores habidos, se le ha ido una vez más por este anormal sumidero buena parte de la victoria en las urnas.
Porque no habrá que olvidar que, a pesar de todo lo políticamente llovido, el pasado 24 de mayo el PP ganó las elecciones locales por medio millón de votos y dos mil concejales; que lo hizo también en 38 de las 52 capitales de provincia; que suyo fue el 34,2 por ciento de las escasas mayorías absolutas registradas, y que en las autonómicas fue primera fuerza en nueve de las trece comunidades en liza.
Los pactos entre perdedores, como digo, han tirado por la borda prácticamente toda esta apreciable cosecha. El presidente Feijóo lamentaba el otro día que más de un millón de gallegos fueran a ser gobernados por alcaldes cuya lista no había sido primera en votos. ¡Tarde piache! O ¡a buenas horas, mangas verdes!, por decirlo en román paladino.

LAMENTOS TARDÍOS

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