La escuela nacionalista

Por dos veces en la misma semana Albert Rivera ha sido objeto de duras críticas por parte del arco parlamentario. La primera, con ocasión del debate de su propuesta contra la utilización de la escuela como plataforma de adoctrinamiento político. Y la segunda, a raíz de su enmienda a la totalidad sobre el oscuro cupo vasco.
Fuertes y generalizadas críticas, pero, a mi entender, desproporcionadas. Porque una y otra de sus iniciativas eran infinitamente más razonables y razonadas que muchísimas de las que corren por las Cámaras y que no han padecido  tan inmisericorde vapuleo. A Rivera hasta le llamaron “gorrino que pelea en una charca de barro”, en expresión del orondo podemita catalán Mena Arca.
Tal vez lo más discutible fue su propuesta de creación de una Agencia independiente que viniera a sustituir y reforzar las funciones de lo que hoy es la Alta Inspección del Estado. Se trataría de evitar así, precisamente, la utilización política de la escuela por parte muy en especial de las Administraciones educativas nacionalistas. En Cataluña, pero no solo. No obstante, antes que crear un nuevo organismo cabe entender que podría ser más pertinente reformar el que ya funciona para darle mayor efectividad.  
Pero, en fin; lo cierto es que Rivera recogía una preocupación en torno a la escuela de la que en Cataluña se ha servido el nacionalismo imperante para, junto con el sistema mediático,  troquelar de forma meticulosa y constante el pensamiento de generaciones de conciudadanos.
Y es que el nacionalismo ha invadido los claustros, como quizás no podía ser de otra forma. En realidad, el profesorado es allí un colectivo con características  diferenciadas respecto al resto de la población, con opiniones políticas notablemente escoradas hacia el nacionalismo y muy militante en su defensa.
Así al menos se desprende del análisis de los barómetros del CIS que ha llevado a cabo la plataforma Convivencia Cívica Catalana: mientras entre el conjunto de ciudadanos catalanes, la opción mayoritaria de sentimiento de pertenencia es ‘tan español como catalán’, entre los docentes la elección mayoritaria es ‘únicamente catalán’.
Los profesores aparecen de forma destacada como la ocupación más favorable al secesionismo. Su comportamiento electoral difiere también sustancialmente: presenta el doble de votantes a Esquerra Republicana que la media a escala regional y un nivel de abstención muy bajo; casi la mitad del existente entre el resto de la ciudadanía.  
¿Cómo llega todo ello al alumnado? Hay quien sostiene que no es la escuela la que transmite esas ideas, sino que es la propia sociedad quien ya las posee en su seno. Son –prefieren mantener otros– realidades que convergen y se refuerzan mutuamente. Porque bien saben quienes a ello se dedican que para adoctrinar no es preciso echar en el aula un mitin o soltar una plática. Basta el ejemplo del profesor, que se difunde como por ósmosis.

La escuela nacionalista

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