Jornada mundial de los pobres

Convocada por el papa Francisco, la Iglesia católica celebra hoy por primera vez la Jornada mundial de los Pobres. De aquí en adelante tendrá lugar todos los años el último domingo del tiempo ordinario previo a la solemnidad de Cristo Rey con la que se cierra el año litúrgico.
Bajo el lema “No amemos de palabra, sino con obras”, el Santo Padre pretende con ella dar una nueva vuelta de tuerca al ejercicio de la caridad por parte de los fieles católicos, un imperativo –dice en su mensaje para la ocasión- que ningún cristiano puede ignorar. No se trata, con todo, de volver a una mentalidad asistencialista, pensando “en los pobres como destinatarios de una obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia”, sino de algo más exigente. Se trata de dar lugar a un compartir que se convierta en estilo de vida. El papa recuerda lo que sin duda fue uno de los primeros signos con que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres y la comunidad de bienes que practicaban: “los repartían entre todos según la necesidad de cada uno”, tal como puede leerse en las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles.
En el mensaje papal no falta tampoco la memoria de los hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida al servicio de los pobres. Cuántas páginas de la Historia –dice y así es- han sido escritas a lo largo de estos dos mil años por cristianos que con toda sencillez y humildad han servido a sus hermanos más pobres. Y por santos, como Francisco de Asís, testigo de la auténtica pobreza.
Con la Jornada de hoy el papa Francisco pretende, como digo, dar un nuevo impulso a esta vocación secular de la Iglesia y estimular a los creyentes para que reaccionen, con obras, ante la cultura hoy dominante del descarte y del derroche. Y muy en su línea de pensamiento, piensa no sólo en las necesidades materiales, sino también de las injusticias que a menudo las provocan; en las nuevas rostros de la pobreza; en esas caras marcadas por el dolor, la marginación, la ignorancia y el analfabetismo, la falta de trabajo y la migración forzada, entre otras muchas realidades de nuestro mundo de hoy.
Para cumplir, finalmente, con el lema de la Jornada, el papa propone que si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, de acuerdo con la enseñanza de la Escritura, los sentemos hoy a nuestra mesa como invitados de honor. Podrán –argumenta- ser maestros que ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Y recuerda: “El Padre Nuestro es una oración que se dice en plural”.

Jornada mundial de los pobres

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