Incívico botellón

ignoro, lógicamente, la suerte que puedan correr los independentistas corsos en las elecciones regionales de diciembre que darán paso a un renovado marco institucional en la isla. Pero de hacer caso a las crónicas que desde allí llegan en el sentido de que Cataluña planea sobre la campaña como espejo de sus aspiraciones, no les arriendo la ganancia. Porque estas sus supuestas referencias no lo han podido hacer peor. En fondo y formas. Es de suponer que sean más inteligentes que Puigdemont y sus gentes y que, a la vista de lo aquí sucedido, vayan sacando allí las debidas conclusiones.
De todas las maneras, no está de más seguir mirando hacia Cataluña, pero para otras cuestiones de mayor o menor alcance a las que hemos ido dejando de prestar atención por razones evidentes. Me refiero, en este caso en concreto, a esa reforma de la ordenanza de civismo que se apresta a sacar adelante la brujuleante alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
Una normativa que en alguno de sus aspectos bien podría ser tenida en cuenta por nuestro primer regidor local, Xulio Ferreiro, y por colegas mareantes como Martiño Noriega en Compostela, para ver si sacan a sus respectivas sedes de la suciedad, desaliño y ruido nocturno que hoy por hoy las aqueja.
Aunque excesivamente laxa, la nueva ordenanza de la Ciudad Condal –que pasará a llamarse de convivencia– pretende acabar con las actitudes incívicas derivadas del ocio que más perturban el descanso de la ciudadanía y con las rutas de ruido, gritos, pintadas, orines y borracheras que de madrugada incordian a los vecinos que han tenido la desfortuna sobrevenida de residir en la calle y zonas próximas.
En consecuencia, se castigarán con más fuerza las fiestas en viviendas que ocasionen demasiado ruido; bares y restaurantes que molesten más de la cuenta y otras actividades que alteren la paz y tranquilidad que debe dominar a tales horas.
Aunque acotado en determinadas zonas, con el botellón de marras se ha tenido y se sigue teniendo una enorme condescendencia, política y mediática, a pesar de constituir una de las manifestaciones más incívicas que puedan darse y de sus nocivos efectos. En A Coruña, por ejemplo, va a terminar con los céntricos jardines de Méndez Núñez. Dos toneladas de basura se recogieron tras el último fiestón.
A él se ha venido a sumar la práctica del consumo de alcohol y bebidas en la propia calle y en el exterior de los locales a esas horas abiertos; concentraciones al aire libre donde domina el griterío y la desconsideración más absoluta hacia el vecindario. La vía pública suele quedar llena de residuos y las zonas próximas, plagadas de esas pintadas que dan a determinadas zonas de la ciudad el aire desaliñado y sucio del que hablaba. Un desastre al que nadie pone remedio.

Incívico botellón

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