Finiquito para la Lomce

Si ya el propio P la ha desactivado en virtud del pacto con Ciudadanos, bien puede decirse que la ley orgánica para la mejora de la calidad educativa (Lomce) ha pasado a mejor vida. Incluso ni el superhipotético caso de una superimprobable mayoría absoluta en unas previsibles terceras elecciones generales, podría presentarla de nuevo en sociedad. En cualquier otro escenario de la ley de educación vigente no quedará piedra sobre piedra. Pero el que el PP, el padre de la criatura, haya asumido su “congelación” ha terminado por darle el finiquito antes de tiempo.
En realidad, la Lomce ha venido malviviendo desde los primerísimos compases de su gestación. Casi sin haberse escrito una sola línea de la misma, izquierda política, docente y mediática; nacionalistas y las APA de la escuela pública se movilizaron sin descanso en su contra. El mero hecho de que se propusiese una reforma los soliviantó hasta el extremo de negarse a cualquier negociación. De hecho, las setecientas enmiendas presentadas en el Congreso por unos y otros en su gran mayoría estuvieron destinadas a no mover una coma del sistema imperante.
Luego, en un abierto desafío institucional, buena parte de las Administraciones educativas territoriales, responsables de su puesta en práctica, se han encargado de incumplir la ley. Y lo que ha sido peor: el Gobierno nada ha hecho por que las cosas fueran de otro modo. Marchó el ministro Wert, hastiado tal vez por la soledad en que le habían dejado, y la misión de su sucesor no ha sido otra que ir templando gaitas, desandar lo andado y evitar conflictos.
De todas formas, toda la polvareda inicial sobre el pretendido tinte ideológico de la ley ha desaparecido y la gran oposición sigue centrándose en las llamadas reválidas, tanto de cuarto de Primaria como, muy especialmente, la de finales de ESO y la de Bachillerato, que sustituirá y vendrá a ser muy parecida a la suprimida selectividad. Unas pruebas que entran, sí, este curso en el calendario de aplicación de la Lomce, pero que no tendrán todavía efectos académicos ni condicionarán título alguno.
Así lo estableció la propia ley hace casi tres años y así lo ha reiterado el decreto de julio por el que se regulan tales evaluaciones finales. No se entiende mucho, en consecuencia, el barullo montado cuando ahora no toca. Y para cuando toque, la ley estará más que muerta.
Así pues, como un gesto de cara a la galería habrá que interpretar la propuesta del conselleiro de Educación en el sentido de que el curso que viene la reválida final de ESO no tenga efectos académicos, sino sólo de diagnóstico. Otro que ayuda al finiquito.

Finiquito para la Lomce

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