El ocaso de ETA

A la vista de la foto previa al minidesarme con que ETA quiso la pasada semana blanquear su pasado criminal, un ilustre profesor y columnista de estos nuestros pagos poco menos que se rasgaba las vestiduras por la presencia en la misma de una representante del Partido Socialista de Euskadi (PSE).
Se trataba de Rafaela Romero, ex presidenta y portavoz socialista en las Juntas Generales de Guipúzcoa, que comparecía junto con la flor y nata del mundo etarra y Arnaldo Otegi en cabeza. El documento gráfico causó, en efecto, una cierta perplejidad en la opinión pública, aunque no tanta entre quienes conocen mejor aquellas latitudes.
Que en la puesta en escena los terroristas hubieran encontrado el apoyo de Bildu, de los sindicatos nacionalistas y del PNV no podía escandalizar, pues archiconocido es el dicho que mientras unos ayudaban a ETA a agitar el árbol, otros se dedicaban a recoger las nueces. Pero que, después de tanto dolor y muerte incluso propios, el PSE se hubiera unido ahora a ese juego indecente para las víctimas y la sociedad, era algo que llenaba de tristeza e indignación.
Me da la impresión, sin embargo, que tal alineación no debería sorprender tanto, pues el Partido Socialista y sus terminales territoriales han estado siempre próximos a ese nacionalismo que hace frontera amiga con el independentismo y que con el señuelo de una pretendida paz negocia con los terroristas si llega el caso.
La larga y accidentada historia del llamado proceso de paz con ETA está llena de referencias socialistas: desde los tanteos en el marco de las conversaciones de Argel (septiembre de 1987) bajo el Gobierno de Felipe González hasta la negociación ya a campo abierto de Rodríguez Zapatero (2004-2008).
Al final, si en octubre de hace seis años la organización criminal renunció a la llamada lucha armada no fue tanto por el éxito de las negociaciones políticas cuanto por el cerco policial y legal iniciado por José María Aznar, por la mayor colaboración de Francia, auténtico santuario que había sido de los terroristas, y por la presión de las asociaciones de víctimas que después de muchos años de soledad habían logrado la merecida presencia social.
Así las cosas, produce una cierto rubor que algún otro ilustre columnista de estos nuestros pagos hable siempre que puede del “Estado de Derecho y cerco social que supo construir Pérez Rubalcaba”; el ex ministro socialista de Interior cuyo mandato se estrenó, como bien se recordará, con el chivatazo al aparato extorsionador de ETA (caso Faisán).
Tanto Francia como España no han querido hurgar en esta ocasión en el simulacro del minidesarme. Una y otra han dejado hacer. Bueno sería que al menos nuestro Gobierno explicase por qué así ha sido. O al menos que nos convenciese de que ha sido –como repite– a cambio de nada.

El ocaso de ETA

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