Hace ahora cuatro años Cataluña era un hervidero de reacciones preventivas ante la sentencia del Constitucional sobre el estatuto que ya no podía demorarse mucho más. Se declaraba públicamente que el referéndum celebrado había de prevalecer sobre el eventual fallo; que la sentencia debía incumplirse; que habría que celebrar un nuevo referéndum para derogarla. Estas y otras ilegalidades -algunas constitutivas de delito- eran propuestas con la mayor impunidad por políticos catalanes de primera fila.
Y ahí siguen años después. Dejando ver ya sin tapujos su verdadero propósito independentista; repitiendo hasta el hartazgo delirios imposibles; diciendo una cosa aquí, otra allá y otra más allá; formulando sus proclamas con los más variopintos eufemismos y circunloquios. Habrá pocos líderes políticos que saquen más rendimiento mediático a sus boutades (o sandeces, según el diccionario de la Real Academia) que Artur Más.
Páginas y páginas, minutos y minutos en los medios para en realidad no decir nada nuevo; para repetirse una y otra vez. Ha resultado curioso comprobar estos días cómo las quijotescas aventuras y desventuras del presidente catalán han compartido espacio casi de igual a igual con informaciones de mucho más alcance, como la operación quirúrgica del Rey y la cuestión sucesoria o el crimen de la pequeña Asunta.
Lo malo, con todo, no es este ilógico y desproporcionado desparrame informativo. Lo peor es que no hay discurso alternativo que, como sugería estos días el barón socialista Joaquín Leguina, ponga de una vez los pies en pared, dentro y fuera de Cataluña, ante tales desatinos. Estoy refiriéndome, por supuesto, a discurso político alternativo.
No hablemos del maragall-zapaterismo, entregado a la causa nacionalista. Ni de quienes desde veteranas filas socialistas alzan hoy su voz contra el despropósito catalán, pero en su momento guardaron el más profundo silencio. La falta de discurso político que más sorprende y duele es la del Gobierno Rajoy, sumido en esta cuestión de alto voltaje en un perfil bajo, desesperante no sólo para la opinión pública en general, sino muy particularmente para su electorado.
Me imagino que a más de uno se le habrá caído el alma a los pies tras escuchar al presidente del Gobierno –¡desde Kazajistán!- un discurso soso y mansurrón en el que se limitaba a pedir a Artur Mas “gestos de grandeza”.
Con todo y hablando de discurso alternativo, habrá que reconocer que en realidad de un tiempo a esta parte no lo ha habido nunca. En realidad, tanto por parte de la sociedad civil como de la política; de la empresarial como de la intelectual no ha habido una reivindicación serena y eficaz de la unidad del país como conquista beneficiosa a defender. Y ya se sabe lo que sucede con los vacíos: que son ocupados por terceros con comodidad, rapidez y en exclusiva.