DESIERTO MORAL

Cada vez se va quedando uno con menos argumentos en la mano. Siempre he mantenido que no se puede generalizar; que en la clase política hay mucha más gente honrada que implicada en casos de corrupción; que no pocas de cuantas irregularidades se están desvelando ahora correspondían a los tiempos anteriores del dinero fácil.  
Pero no. La actualidad evidencia lo contrario. Demuestra y corrobora que la ausencia de ética afecta a miembros de todas las ideologías; que es proporcional al grado de poder, y que las anomalías siguen produciéndose. Por eso uno se va quedando sin argumentos Y por eso también resulta más que difícil no sucumbir a la tentación de pensar que todos los políticos son unos impresentables.
Con todo, no vale quedarse en los puros hechos. Habrá necesariamente que preguntarse cómo ha podido consumarse tal degradación, de la que han derivado tan graves consecuencias políticas, económicas y sociales; cómo ha sido posible tal desdibujamiento moral en la conciencia colectiva.
Hay quien se ha referido al desierto moral por el que transita la sociedad de nuestros días y nuestras latitudes. No sólo la española. Una sociedad líquida en la que todo vale porque todo es relativo y en la que no hay referencias superiores para casi nada. Una sociedad que relegó la ética cristiana por superada, pero que no ha cultivado la ética civil.
Como dijo Felipe VI en la entrega de los premios Príncipe de Asturias, una sociedad se define por los valores que defiende. Una sociedad –añadió– necesita referencias morales a las que admirar y respetar. Cualquiera, sin embargo, puede constatar que tales referencias no existen. Desacreditados los políticos y difuminadas las fronteras ideológicas, los intelectuales han desaparecido de la vida pública, al resguardo del temporal. Los líderes sociales brillan también por su ausencia.  
El “virtuoso” en el sentido clásico del término; es decir, el que sobresale, el que supera la media es visto con suspicacia. Lo mismo que el excelente, el servicial, el que piensa en los demás, el perfeccionista en su trabajo, el ciudadano ejemplar, el que mantiene por encima de todo la palabra dada.
Por todo ello, cuando pierden vigor las leyes y la escala de valores se tambalea, sólo valen las personas y su ejemplo. La moralidad pública no existe si no es sostenida por la personal moralidad privada. Ésta es la gran responsabilidad de cada quien: tener el coraje suficiente para que no prevalezcan la mentira, el engaño, la injusticia, el soborno, el chantaje, el encubrimiento. El ciudadano mejor hará una sociedad mejor. 

DESIERTO MORAL

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