Deseos y realidad

¿Cómo explicar la victoria de un personaje que había desencadenado una guerra sobre la base de un hecho no cierto (las armas de destrucción masiva), seguida de una postguerra caótica, en medio de un déficit económico terrible y de la pérdida de un millón de puestos de trabajo? ¿Cómo era posible que con tal panorama Bush y los republicanos hubieran arrasado y mejorado los resultados de cuatro años antes?
Eran algunas de las preguntas que en la madrugada del 3 de noviembre de 2004 se hacían en Europa no pocos observadores políticos, no pocas redacciones periodísticas y no pocos ciudadanos, apenas repuestos todos de la decepción y la sorpresa. En el propio Estados Unidos se las planteaban en menor medida. O al menos tenían más clara la respuesta.
Los medios habían apostado en gran medida por el derrotado, al igual que la élite de Hollywood, con grandes figuras como Steven Spielberg a la cabeza. Así lo hizo sin disimulo alguno el “New York Times” no sólo en sus editoriales, sino también en la propia información, con artículos y sueltos que denigraban a Bush y ensalzaban a Kerry. De igual modo se comportaron el “Herald Tribune” o la poderosa CNN. Y a la prensa europea que venía bebiendo en ellos, le ocurrió tres cuartos de lo mismo. La decepción no fue –lógicamente– pequeña. A la hora de la verdad las expectativas creadas resultaron falsas.
Pues bien: la madrugada del pasado miércoles bien puedo ser copia fiel de lo sucedido en el mismo escenario doce años atrás. Los peores augurios se cumplían de nuevo. ¿Cómo es posible –se preguntaban opinión pública y publicada– que un personaje histriónico como Trump, demagogo imprevisible, misógino acreditado, portador de un discurso xenófobo y sin experiencia de gobierno hubiera vencido contra todo pronóstico como lo hizo? ¿Cómo un tal personaje iba a poder tener en sus manos el maletín nuclear? El trompazo fue enorme.
Los medios se habían apoyado en un sinfín de encuestas que daban como ganadora a Hillary Clinton. Pero no solo. En ellas y también en la aversión generalizada hacia el personaje. Confundieron deseos particulares con realidad. Tal vez por ello no supieron –o no quisieron– ver que el denostado Trump se había erigido en portavoz de la América olvidada por Obama, que no era poca; que había sabido seducir a un electorado descontento, baqueteado por la crisis, relegado por el sistema y que miraba desconfiado a las élites clásicas de la Administración y de la política.
Y todo ello, sirviéndose de un discurso incendiario en contra de esas élites de las que la señora Clinton sería figura emblemática y entre las que él, millonario e hijo de millonario, no se encontraba. Paradójico. Pero así fue.

Deseos y realidad

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