Un año del 24-M

Aunque cada uno ha seguido su particular derrotero,  los llamados “alcaldes del cambio” que ahora hace un año se hicieron con el gobierno en importantes ciudades han terminado por responder a un denominador común: su ineficacia. Los ha habido –y hay– más o menos pintorescos (Carmena, en Madrid, se lleva la palma); más o menos incursos en flagrantes contradicciones con sus anteriores hojas de ruta (Ada Colau, la nueva dama de hierro de  Barcelona);  más o menos incapaces para la negociación (Ferreiro en A Coruña), o más o menos sectarios (el valenciano Ribó). 
Pero en estos sus doce meses de gestión municipal todos se han distinguido por su carencia de capacidad de gestión; su falta de proyectos de futuro y de ciudad; su desmontar significativos planes de desarrollo urbanístico, con la consiguiente práctica paralización, cuando no retroceso, de las plazas donde gobiernan; por su política de gestos y aspavientos; por su reguero de políticas erráticas. 
Puestos donde están merced al voto ciudadano, pero también gracias al  inestimable apoyo del Partido Socialista, ya han consumido una cuarta parte de su mandato. Y el proclamado cambio que anunciaban no se ha ni de lejos producido. Antes al contrario: a estas alturas han sembrado ya por el camino muchos fraudes y defraudados.
La verdad es que quien se haya sentido engañado,  lo habrá sido por culpa propia. Porque el perfil político y profesional del núcleo duro de buena parte de las candidaturas municipales populistas daban para lo que daban y no cabía depositar en ellas grandes esperanzas. 
Lo que ahora  está por ver es si dentro de unas semanas tales decepciones tienen o no su traslado y traducción en las urnas de las generales. Lo normal es que así fuera. 
El pasado 20 D no lo tuvieron, a pesar de que desde el minuto uno las muestras de su escasa competencia habían sido manifiestas.
Muchos, en cierto, gobiernan en minoría como consecuencia de una perversa conducta generalizada desde las municipales y autonómicas de hace un año: la de  quienes renuncian a implicarse en las tareas de gobierno para hacer oposición a los mismos que han asentado en el poder. No se entiende mucho, pero así es. 
Afortunadamente, hay indicios de que en este sentido las cosas empiezan a cambiar, fundamentalmente porque va asentándose la convicción de que sólo con ocasionales apoyos externos los gobiernos en minoría no funcionan por mucha cintura política que las partes practiquen. 
Así, en Barcelona los socialistas se han incorporado con importantes competencias al gobierno de Ada Colau; una alianza, por lo que dicen, que no tardará en llegar al Madrid de Manuela Carmena, aunque empezarían con mal pie:  Ahora Madrid y el Partido Socialista se han cargado de entrada el plan Chamartín. 

Un año del 24-M

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