Ángela Merkel, a prueba

Lo que no consiguió el vendaval económico tal vez lo logre la marea humana que de un año a esta parte ha irrumpido en el país. Esto es, acabar con la carrera política de Ángela Merkel no sólo al frente del partido, sino incluso como canciller federal.
Ya lo pronostican medios informativos como el liberal conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, para quien el “imperio Merkel se desmorona”. Lo ponen de relieve también analistas varios, a cuyo juicio la canciller habría subestimado el desafío que supuso la oleada migratoria y la política de puertas abiertas llevada a cabo. Y lo corroboran las urnas de varios estados regionales donde la CDU que ella dirige retrocede una vez sí y otra también.
El último traspiés lo han marcado las recientes elecciones en su tierra; en el empobrecido land de Mecklemburgo Antepomerania.
Se trata de una demarcación con escasa presencia de extranjeros –apenas un cuatro por ciento–, pero donde se ha producido un salto significativo: luego de una campaña dominada por la crisis de los refugiados, por primera vez en la historia de la República federal la CDU perdía la hegemonía del centro derecha en un Estado regional.
Todo un sorpasso infligido por Alternativa para Alemania (AfD), una formación populista de derechas, radicalmente opuesta a las políticas de inmigración del Gobierno federal y que de forma notable está capitalizando en todo el país la inquietud de la opinión pública.
Y así era, además, cuando se cumplía justo un año de la decisión –ejemplar- de la canciller de, aduciendo razones humanitarias, abrir las fronteras a los miles de migrantes atascados en la estación de Budapest que en buena parte huían de la violencia en Siria, Irak y Afganistán y a los que el Gobierno húngaro impedía proseguir viaje por la llamada ruta de los Balcanes.
La situación era y es, en efecto, difícilmente manejable. Al 1,1 millón de personas que en 2015 buscaron asilo y refugio en el país habrá que sumar los 300.000 que se esperan a lo largo de este año. Su integración laboral y social tendrá un alto costo, pero desde Berlín aseguran que el país lo puede asumir.
La factura no es pequeña: según últimos datos, los inmigrantes que recibieron prestaciones sociales en Alemania en 2015 fueron un total de 975.000, casi tres veces más que los 363.000 del año anterior. Y el gasto social en inmigración ronda los 5.300 millones de euros anuales.
Así las cosas, la señora Merkel ha entonado el mea culpa, es decir, ha admitido su parte de responsabilidad en la derrota, pero no se arrepiente, sino que sigue considerando correcta su política de refugiados y ha descartado un cambio de rumbo. Veremos si electoralismos y populismos varios terminan o no por torcerle el brazo.

Ángela Merkel, a prueba

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