El timo al pequeño comercio

Lo de gobernar para a xente do común es un cuento. Uno más. Días atrás, los representantes del comercio coruñés fueron convocados a María Pita. Allá acudieron con la esperanza de, al menos ser escuchados. Aún no estaban acomodados en sus sillas y Alberto Lema ya les había dejado claras las intenciones, sin alternativa, con las que acudía el Gobierno local. Bajo el rimbombante nombre de concurrencia competitiva –que para disfrazar la realidad con lentejuelas sí que se dan maña– lo que el ariete de Xulio Ferreiro pone sobre la mesa es cargarse de un plumazo los convenios, que satisfacían a los pequeños comerciantes.
Una vez más, el sentido común sale despedido por inercia. Si algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Sólo hay dos explicaciones: o Ferreiro maneja un plan en la sombra para acabar con la paciencia de los coruñeses a base de ataques sectoriales, o realmente lo que anda buscando es una excusa, otra, para inclinar la balanza hacia el lado de sus amigos. Los firmantes del manifiesto se frotan las manos.
Cuando un colectivo tan estratégico para una ciudad como los pequeños comerciantes sale de una reunión y se confiesa “desilusionado”, señor alcalde, algo se está haciendo mal. Algo se está deshaciendo. Quienes cada mañana suben la persiana de sus negocios para poner a funcionar la ciudad no se merecen que el Ayuntamiento les niegue ayuda. Son tan coruñeses como el que más y pelean, de forma subsidiaria, por hacer de A Coruña un lugar próspero y cada día mejor.
Llegó la Marea y mandó a parar. Esto se va a convertir en un reparto de cromos en el que las asociaciones que tengan capacidad administrativa recibirán premio y el resto, nada. Un timo. Adiós al principio solidario que el Partido Popular aplicó. Un sistema en el que todos los que realmente contribuían, cada uno en la medida de sus posibilidades, recibían apoyo.
Cambian las cosas porque cambia el criterio. Se introducen conceptos tan peregrinos como la paridad en las juntas directivas, con lo que hipotéticas agrupaciones de placeras o costureras –pongamos– partirían con una condena al fracaso, como cualquier otro sector de corte femenino. Imaginemos, ya puestos a suponer, un barrio exclusivo de mujeres comerciantes. ¡Exprópiese!
Así se va escribiendo el ocaso de la ciudad. Esta dolorosa agonía en la que se presume de pintar el 0,1 por ciento de los pasos de cebra o se vende como la panacea el cambio de placas en las calles mientras las inversiones millonarias siguen bloqueados, la sangría del paro no cesa y los okupas campan a sus anchas alentados por la responsable política de la seguridad ciudadana. 
El comercio es, por el momento, la última víctima. Pero habrá más. Al tiempo. 

El timo al pequeño comercio

Te puede interesar