EL OBSERVADOR

El pacto antiyihadista, suscrito por casi todas las fuerzas políticas, es una declaración de una sola intención, la de trasladar una imagen de unidad nacional frente al terrorismo del Daesh. Se trata, pues, de un gesto simbólico, formal, de unidad, razón por la cual no se han adherido a él los partidos independentistas, tan poco partidarios de la unidad nacional, y no por tibieza en la condena y en la beligerancia contra el terror. Lo de Podemos, al que tampoco puede atribuirse esa tibieza, es, sin embargo, harina de otro costal.
El pacto antiyihadista no deja de ser un pacto, y como todo pacto, se suscribe o no, sin que el hacerlo signifique dejación de la voluntad de mejorarlo, ni el no hacerlo connivencia con aquello contra lo que el pacto se dirige. Si se suscribe, se adquiere un compromiso y unos deberes, el de actuar mancomunadamente en su desarrollo y, entre los deberes, tal vez el de la discreción y el del secreto en las deliberaciones, informaciones o acuerdos de los que no conviene dar tres cuartos al pregonero. Si uno suscribe el pacto, suscribe sus compromisos, y si no lo suscribe, por mucho que exprese su lealtad, no se compromete.
Entendido esto, me gustaría saber en qué consiste eso de que Podemos asista a sus reuniones en calidad de “observador”. Los partidos adheridos al pacto tampoco parecen entenderlo, pero haciendo alarde de una tolerancia que a veces los españoles creemos no tener, lo permiten y animan con buenas razones al partido de Iglesias a que “observe” menos y se comprometa más. Porque si de lo que se trata es de dar la nota, a lo que tan inclinada parece la formación juvenil, acaso no sea éste el mejor sitio donde darla.  
 

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