Formar gobierno es fácil

Es mucho más difícil madrugar cada día para ir al trabajo o para buscar uno que formar gobierno. También enfrentarse a un incendio forestal, someterse a una intervención quirúrgica o realizarla, sacar adelante una familia con un sueldo de empleado raso, resolver un secuestro sin daño para el cautivo o instruir en la escuela a las criaturas que en el exterior reciben un llamado constante a la estulticia, son cosas bastante más complejas que formar gobierno. Sin embargo, los encargados de hacerlo no lo hacen porque no saben y porque no quieren, pese a recibir de las arcas públicas una jugosa remuneración por hacerlo.
Formar gobierno no es que esté chupado, pero tampoco es algo de una dificultad insuperable. Si dijéramos que los políticos electos son en extremo perfeccionistas y exigentes consigo mismos, y que los partidos se parten el pecho en la búsqueda de lo mejor de lo mejor para los españoles se entendería esa dificultad que los Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias y compañía encuentran para aparejar un gobierno compuesto por los mejores. Pero, lamentablemente, no puede decirse eso, sobre todo a la vista de lo tarugos que son los que suelen acabar de ministros.
La dificultad de formar gobierno no procede, pues, de la ardua búsqueda de lo mejor y de la no menos ardua selección de los mejores, sino de la inanidad que multiplica el sectarismo. Un gobierno de concentración con participación de todos o casi todos los partidos y presencia proporcional a los votos en un gabinete presidido por un independiente de prestigio, sería impensable, pese a que la endiablada fragmentación del voto lo señalaría como la única solución. Vivir cada día, es infinitamente más difícil que formar gobierno. Por desgracia, le hemos encargado ese trabajo a lo más torpe y haragán de cada casa.

Formar gobierno es fácil

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