Seis años por 79 euros

Aquí uno puede quebrar una caja de ahorros y estafar a miles de clientes, pertenecer a la dinastía reinante y darse al blanqueo de dinero, usar a la Policía a caballo y en traje de gala para escoltar a un amiguete en su paseo nupcial, tener un Jaguar en el garaje y asegurar que desconocía su existencia o ser ministro y tener cuentas opacas en Panamá, que no le pasará nada. Pero si uno es pobre y tiene un tropiezo de juventud, conocerá la cara más espantable de la Justicia, esa que está hecha para castigar exclusivamente, brutalmente a los robagallinas.
Alejandro Fernández, un chaval de 24 años que trabaja de camarero a entera satisfacción del patrón y de los clientes, ha ingresado en la cárcel de Albolote porque en 2010, cuando era un crío, usó una tarjeta ful, que no era suya, para hacer una compra por valor de 79,20 euros. Alejandro Fernández, que ha agotado los recursos para evitar que la Justicia tuerza lo que su buena condición ha sabido enderezar, debe pasar seis años en prisión por apropiarse de esa calderilla y porque los tribunales no creyeron su versión de que fue inducido a la comisión de ese ilícito con ignorancia de que lo estaba cometiendo.
Fuera inducido e ignorante de la falsedad de la tarjeta, o fuera consciente y la usara con deliberación, tanto da seis años más tarde, máxime cuando ni antes ni después Alejandro ha cometido ningún otro delito y cuando ha organizado su vida con una decencia que ya quisiéramos que hubieran tenido los cleptócratas de guante blanco y cargo público. Impóngasele una pequeña multa simbólica, como para que no parezca que se pueden usar las tarjetas que no son de uno (¿y las “black” de Caja Madrid?), y libérese en el acto a esa criatura a la que han entrullado por un remoto e insignificante mal paso de juventud.

Seis años por 79 euros

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