NIDA

Nida despertó bajo las bombas, su cama navegando entre escombros; maquillada de polvo. Su mirada dibujaba desconcierto, el ruido la aturdía, no recordaba si había cenado, pero desde luego no había desayunado. Buscaba a su madre con los ojos mareados.
Le habían puesto Nida porque su madre había oído una canción a Anne Clark en un viaje a Inglaterra que se llamaba así; el amanecer se había roto y no por los gallos.
Nida, el mundo mira para otro lado allí donde las joyas duermen. Nida ahora ya no sueña, porque ya no dormirá en mucho tiempo, ahora ya será una persona sin tierra que luchará por sobrevivir sin entender nada en mucho tiempo.
El desayuno se lo darán manos extrañas y todo será incertidumbre.
Primero borran las fronteras y con ellas la memoria de sus antepasados, luego levantan un muro para borrar la visión del futuro, más tarde el presente y la belleza. Todos navegan en un barco ciego, el mar no es de ellos, tampoco el dinero para comprar, ni siquiera sus nombres.
Pero a Nida le habían puesto el nombre de una canción. Nida, las joyas duermen bajo los desiertos.

NIDA

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