Vencedores y vencidos

En las guerras, los vencedores y los vencidos aportan un montón de cadáveres, porque ningún bando sale incólume, pero en las batallas empresariales, los generales que llevan a la tropa accionarial a la ruina suelen salir más ricos y sin rasguños. Más aún, el general que conduce la empresa al declive, en la mayoría de los casos, ni siquiera es la persona que controla más tropas, o sea, más acciones, lo cual pondría a un Carlos Marx resucitado al borde de un ataque de nervios, tras comprobar que el control de los medios de producción no está en manos de los capitalistas, sino de esos esclavos libertos, que son los ejecutivos.
Si a ello añadimos que el materialismo histórico salta hecho añicos, porque la yihad no quiere dinero y beneficios, sino que todos recemos a Alá, habría que resucitar a Engels para ver cómo recomponemos esto, o solicitar la pedantería elusiva del profesor Iglesias Turrión que nos explicaría que Alá es un significante en disputa, tras lo cual habría que relajar la vigilancia en los aeropuertos, ordenar que los servicios secretos se vayan a dormir y aguardar en la cama a que venga un entusiasta a cortarnos el cuello con un cuchillo de filo exquisito, mientras la disputa sobre el significante la dirimen nuestros nietos esclavizados.
En la guerra del Banco Popular, los autores de la ampliación que les han vaciado los bolsillos a los accionistas, se han subido sus indemnizaciones casi un 40%, hasta los 76 millones, lo cual significa que, salga mal o bien la operación, ya hay unos vencedores debidamente anunciados, con un plan de pensiones que alcanza hasta los 8 millones de euros para antiguos y recientes directivos. Enhorabuena. Salga bien o mal, los ejecutivos ya se han recompensado por su esfuerzo. Y no hay duda: son los vencedores, sin un solo muerto.

Vencedores y vencidos

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