ACUSADORES SIN FRONTERAS

Ami casa han venido a cenar personas que, años más tarde, fueron condenados por los tribunales y acabaron en la cárcel. También he entregado premios a empresarios de apariencia ejemplar que, luego, han sido conocidos por trapacerías que les han llevado a prisión. Y no me siento culpable por dos razones: primera, porque no soy adivino, ni responsable de la conducta futura de las personas que conozco y, segunda, porque no dispongo de fortuna suficiente para encargar a un equipo de detectives investigar sobre la honestidad de la persona que va a venir a cenar a casa.
Digo esto porque cada día es más frecuente que aparezcan figuras políticas conocidas, fotografiadas junto a individuos que, luego, resultaron ser unos delincuentes. Tendría un valor moral e informativo cuando ya es conocida la deshonestidad del sujeto, pero si esas imágenes fueron tomadas cuando ese ciudadano parecía respetable, puede que parezca malicioso intentar sacar consecuencias sobre oscuras asociaciones.
Si estoy en la Feria del Libro y se acerca un paseante, que me pide que me fotografíe con él, yo accedo y no le pido el certificado de penales. Si resulta que el individuo violó la semana anterior a una pobre chica, y se difunde la fotografía del violador conmigo, está claro que la gente no va a creerse que mis amistades están llenas de violadores, pero aparece implícita una peligrosa ambigüedad que me perjudica. Comprendo la indignación y hasta el odio que pueden suscitar algunos políticos, pero comienza a preocuparme la secta de los Acusadores sin Fronteras, más estrictos con las relaciones sociales que un yidahista con el comportamiento de una doncella.  

ACUSADORES SIN FRONTERAS

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