El síndrome de Calimero

No hay derecho, exclamamos cuando nos sentimos mermados en aquello que nos consta que en justicia nos corresponde. Así expresaba el pollito Calimero, un personaje de dibujos animados de los setenta que conservaba sobre su cabeza parte de la cáscara del huevo, lo que para nosotros equivaldría a cubrir la nuestra con un pedazo de cordón umbilical.
Exclamaba el animalito a la menor contrariedad, “ no hay derecho, esto es una injusticia”. Lo hacía con un deje de tristeza rayando a la pasividad. Su memoria me trae la de esta sociedad nuestra resignada a ir marcando toda injusticia con su idealización de lo justo y su equivalente en el ideal de justicia, en la esperanza no de remediarla sino de ser visualizados por nuestro ego y los demás, para ganar fama de justo y comprometido con todas las causas que hacen del mundo un lugar ajeno a lo humano.
Dicho así no cabe sino pensar que estamos en el buen camino, pero la mala noticia es que solo estamos, que nos limitamos a estar, a hacernos visibles en esa vanguardia de la queja permanente y el continuo malestar, para curiosamente, estar bien. No somos contradictorios, a esa confusión le cabe cierta inocencia, sin embargo a nuestra indolente capacidad de compromiso no,  porque no es sino pose. Las sociedades occidentales, Europa a la cabeza, es la viva expresión de ese pollito que reniega del sistema sin atreverse a despojarse de su protección.

El síndrome de Calimero

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