La satrapía de lo nuestro

Aún no se ha puesto en modo de paz “Imanol”, y ya está “Josep” dispuesto a tomar el relevo en la revuelta. Está, eso sí, occidental, la de hacerse pasar por estado en todo estado y ocasión. Somos un país de estados, decimos de naciones, pero no, lo que de verdad nos seduce, mueve y conmueve es ser estado, y dentro de él, ejercer primero de eternos beneficiarios, y en los ratos que nos queden libres: juzgar, disponer, perseguir…, conseguir, en fin, que todo en él sea nuestra voluntad. Y la que reste sea esclava de ella.
Un hombre, un estado, y cada estado una opinión particular en el modo de imaginar la convivencia.
Todo país de estados termina siendo de particulares. Y lo somos, toda singularidad pasa aquí por el egoísmo, toda fraternidad por la ruindad de lo propio, todo por lo nada que somos como pueblo. Los miserables se llaman líderes, pero no son sino lo peor de nosotros, encarnado en un color de camiseta, en unas siglas que hacen referencia a una ideología, a un estado de desánimo, a un mal ánimo, a un estado de estados.
Hemos celebrado dos elecciones sin tener elección y en ambas hemos vuelto a la casilla de salida. Eso sí, más pobres y más divididos. Pero eso qué importa. La idea es que algún estado de plurales pague este festín de estados particulares, al que en lo común llamamos Estado del bienestar. El único que nos consentimos, por la sencilla razón de que encarna la utopía del nuestro y satrapía de lo nuestro.

La satrapía de lo nuestro

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