La ruina de España

España se ha convertido en el ser y no ser de este pueblo. Espacio donde nos afirmamos o negamos con ínfulas de patriotas o de apátridas. La defendemos o denigramos con saña, quizá también rabia, como si fuese ella quien nos favoreciera o dañara. Es más, como si fuese un ser viviente, quizá una deidad, capaz de decidir sobre nuestro futuro con su pasado.
Afirmamos, soy español, no soy español, o, a mí me representa a mí no me representa, y lo decimos despreciando ese mundo que sí somos sin querer ser. Hablo de la singularidad, verdadera patria, la única que nos obliga y a la que no podemos renunciar. Disponemos en ella de un legado inmenso al que solo acotan nuestras propias limitaciones. Las demás son contingentes y por ello astringentes, digo, afectivas.
Nos debemos a nosotros y a nuestra conciencia social. Eso es España, una conciencia colectiva a fin de organizar solidariamente nuestros servicios y recursos para posibilitar la común convivencia y subsistencia. Y en ese campo todo vale menos deslealtad de buscar hurtarte de tu responsabilidad con la manida disculpa de que no crees en España. En España ni se cree ni se deja de creer, se cree y se descree en sus gentes. Por eso cuando te ciscas en ella te estás ciscando en este pueblo y su capacidad organizativa, y lo que es peor, en la tuya también. Porque nada aporta ir por ahí defecando en la patria o defecándolas en miserable parto, que de todo hay.

La ruina de España

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